–Supongo que yo lo dejo todo para el último momento –admití, en-
cogiéndome de hombros. Probablemente no lo empiece hasta el fin de
semana.
–Bueno, si necesitas ayuda, no tienes más que decírmelo.
Esperé a que se riera o diera alguna señal de que estaba bromeando,
pero lo decía con sinceridad.
Levanté una ceja.
–¿Tú vas a ayudarme con ese artículo?
–Tengo un sobresaliente en esa asignatura –dijo él, un poco ofendido
por mi incredulidad.
–Tiene sobresaliente en todas sus asignaturas. es un pequeño genio.
Lo odio. –dijo Shepley, mientras conducía a America al salón de la mano.
Observé a Travis con una expresión de duda y levantó las cejas.
–¿Qué? ¿Acaso crees que un tío cubierto con tatuajes y que pega pu-
ñetazos para ganarse la vida no puede sacar buenas notas? No estoy en la
universidad porque no tenga nada mejor que hacer.
–Entonces, ¿por qué tienes que pelear? ¿Por qué no intentaste pedir
una beca? –pregunté.
–Lo hice, y me concedieron la mitad de la matrícula, pero hay libros,
gastos diarios y tengo que pagar la otra mitad en algún momento. Lo
digo en serio, Paloma. Si necesitas ayuda con algo, no tienes más que
pedírmelo.
–No necesito que me ayudes. Sé escribir un ensayo.
Quería dejarlo así. Debería haberlo hecho, pero aquella nueva faceta
suya que se había revelado me picaba la curiosidad.
–¿Y no puedes encontrar otro modo de ganarte la vida? Menos, no
sé, ¿sádico?
Travis se encogió de hombros.
–Es una forma fácil de ganarse la vida. No puedo ganar tanto dinero
en el centro comercial.
–No diría que encajar golpes en la cara sea fácil.
–¿Cómo? ¿Te preocupas por mí? –preguntó, parpadeando por la
sorpresa.
Torcí el gesto y él rio.
–No me alcanzan muy amenudo. Si intentan pegarme, me muevo. No
es tan difícil.