—Así no —susurró, acariciándom e los labios con los suy os—. Te
deseo, pero no de esta m anera.
Se tam baleó hacia atrás, cay ó de espaldas en la cam a y y o m e
quedé un m om ento de pie con los brazos cruzados sobre el estóm ago.
Cuando su respiración se tranquilizó, saqué los brazos de la cam iseta
que todavía llevaba puesta y m e la quité bruscam ente por la cabeza.
Travis no se m ovió, y y o exhalé con suavidad y lentam ente, sabiendo
que no podríam os refrenarnos si m e deslizaba en la cam a y él desper-
taba con una perspectiva m enoshonorable.
Me fui deprisa al sillón y m e dej é caer sobre él, tapándom e la cara
con las m anos. Sentí las capas de frustración bailoteando y chocando
entre sí dentro de m í. Parker se había ido sintiéndose desairado, Travis
había esperado hasta que había visto a alguien (alguien que a m í m e
gustaba de verdad) m ostrar interés en m í, y y o parecía ser la única chica
a la que no podía llevarse a la cam a, ni siquiera estandoborracho.
A la m añana siguiente m e serví zum o de naranj a en un vaso alto y
m e lo fui bebiendo a sorbitos m ientras m ovía la cabeza al ritm o de la m
úsica de m i iPod. Me desperté antes de que saliera el sol, y luego estuve
retorciéndom e en el sillón hasta las ocho. Después decidí lim piar la co-
cina para pasar el rato hasta que m is m enos am biciosos com pañeros
de piso se despertaran. Cargué el lavavaj illas, barrí y pasé la m opa, y
luego lim pié las encim eras. Cuando la cocina estuvo reluciente, cogí la
cesta de la ropa lim pia, m e senté en el sofá y doblé y doblé hasta que
hubo una docena o m ás de m ontones a mi alrededor.
Llegaron m urm ullos de la habitación de Shepley. Se oy ó la risa
tonta de Am erica y luego hubo silencio durante unos m inutos m ás,
seguidos de ruidos que m e hicieron sentir un poco incóm oda sentada
sola en la sala deestar.
Apilé los m ontones de ropa plegada en la cesta y los llevé a la habi-
tación de Travis. Sonreí al ver que ni se había m ovido de la postura en la
que se había quedado la noche anterior. Dej é la cesta en el suelo y lo tapé
con la colcha, reprim iendo la risa al ver que se daba la vuelta. —Mira,
Palom a —dij o, m usitando algo inaudible antes de que su respiración
volviera a ser lenta y profunda.
No pude evitar m irarlo dorm ir; saber que estaba soñando conm igo
m e produj o un escalofrío en las venas que no pudeexplicar.