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Cuando por fin alcancé la primera fila, Marek cogió a Travis con sus fuertes
brazos e intentó tirarlo al suelo. Cuando Marek se inclinó hacia atrás con el
movimiento, Travis estrelló la rodilla contra la cara de su rival. Sin darle tiempo a
recuperarse del golpe, Travis lo atacó; sus puños alcanzaron la cara ensangrentada
de Marek una y otra vez. Cinco dedos se hundieron en mi brazo y me eché hacia
atrás.
—¿Qué demonios estás haciendo, Abby? —preguntó Shepley.
—¡No veo nada desde ahí atrás! —grité.
Me volví justo a tiempo para ver a Marek lanzar un puñetazo. Travis se giró
y por un momento pensé que solo había evitado el golpe, pero dio una vuelta
completa, hasta clavar el codo derecho en el centro de la nariz de Marek. La sangre
me roció la cara y salpicó la parte superior de mi chaqueta. Marek cayó al suelo de
cemento con un ruido sordo y en un instante la sala se quedó en completo silencio.
Adam lanzó un pañuelo de tela escarlata sobre el cuerpo sin fuerzas de
Marek y la multitud estalló. El dinero cambió de manos una vez más y las
expresiones se dividieron entre la suficiencia y la frustración. El vaivén de la gente
me zarandeaba. America me llamó desde algún punto de la parte de atrás, pero yo
estaba hipnotizada por el rastro de color rojo que iba del pecho a la cintura. Unas
botas negras y pesadas se pararon frente a mí, desviando mi atención hacia el
suelo. Mis ojos volaron hacia arriba: tejanos manchados de sangre, unos
abdominales bien cincelados, un torso desnudo, tatuado, empapado de sudor y,
finalmente, unos cálidos ojos marrones. Alguien me empujó por detrás y Travis me
tomó por el brazo antes de que cayera hacia delante.
—¡Eh! ¡Alejaos de ella! —exclamó Travis, con el ceño fruncido mientras
apartaba a cualquiera que se me acercase.
Su expresión seria se fundió en una sonrisa al ver mi ropa y luego me secó
la cara con una toalla.
—Lo siento, Paloma.
Adam le dio a Travis unas palmaditas en la cabeza.
—¡Vamos, Perro Loco! ¡Tu pasta te espera!
Sus ojos no se apartaron de los míos.
—Vaya, qué lástima lo de la chaqueta. Te queda bien.
Acto seguido, fue engullido por sus fans y desapareció tal y como había
llegado.
—¿En qué pensabas, idiota? —gritó America, tirándome del brazo.
—He venido aquí para ver una pelea, ¿no? —sonreí.
—Abby, ni siquiera deberías estar aquí —me regañó Shepley.
—America tampoco —le contesté.
—¡Ella no intenta meterse en el ring! —dijo frunciendo el ceño—. Vámonos.
America me sonrió y me limpió la cara.
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