MARAVILLOSO DESASTRE maravilloso_desastre | Page 5

www.lecturaycinecr.blogspot.com Capítulo 1 Bandera roja TODO en la sala proclamaba a gritos que yo no pintaba nada allí. Las escaleras se caían a pedazos; los ruidosos asistentes estaban muy juntos, codo con codo, en un ambiente que era una mezcla de sudor, sangre y moho. Sus voces se confundían mientras gritaban números y nombres una y otra vez, y movían los brazos en el aire, intercambiando dinero y gestos para comunicarse en medio del estruendo. Me abrí paso entre la multitud, siguiendo de cerca a mi mejor amiga. —¡Guarda el dinero en la cartera, Abby! —me dijo America. Su radiante sonrisa relucía incluso en la tenue luz. —¡Quédate cerca! ¡Esto se pondrá peor cuando empiece todo! —gritó Shepley a través del ruido. America le agarró la mano y luego la mía mientras Shepley nos guiaba entre ese mar de gente. El repentino balido de un megáfono cortó el aire cargado de humo. El ruido me sobresaltó y me hizo dar un respingo, buscar de dónde procedía ese toque. Había un hombre sentado en una silla de madera, con un fajo de dinero en una mano y el megáfono en la otra. Se llevó el plástico a los labios. —¡Bienvenidos al baño de sangre! Amigos míos, si andabais buscando un curso básico de economía…, ¡os habéis equivocado de sitio! Pero, si buscabais el Círculo, ¡estáis en la meca! Me llamo Adam. Yo pongo las reglas y yo doy el alto. Las apuestas se acaban cuando los rivales saltan al ruedo. Nada de tocar a los luchadores, nada de ayudas, no vale cambiar de apuesta, ni invadir el ring. Si la cagáis y no seguís las reglas, ¡os vais derechitos a la puta calle sin dinero! ¡Eso también va por vosotras, jovencitas! Así que, chicos, ¡no uséis a vuestras zorritas para hacer trampas! Shepley sacudió la cabeza. —¡Por Dios, Adam! —gritó en medio del estruendo al maestro de ceremonias, en claro desacuerdo con las palabras que había utilizado aquel. El corazón me palpitaba en el pecho. Con una rebeca de cachemira color rosa y unos pendientes de perlas, me sentía como una maestra repipi en las playas de Normandía. Le prometí a America que podía enfrentarme a todo lo que se nos viniera encima, pero en plena zona de impacto sentí la necesidad de agarrarme a su flacucho brazo con las dos manos. Ella no me pondría en peligro, pero el hecho de estar en un sótano con unos cincuenta tíos universitarios y borrachos, decididos a derramar sangre y ganar pasta, no me hacía confiar mucho en nuestras posibilidades de salir incólumes. 5