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Me miró por encima del hombro y empezó a avanzar entre la multitud que
había detrás de nosotros.
—¡Abrid paso! ¡Moveos, gente! Haced sitio para el cerebro horriblemente
desfigurado y enorme de esta pobre mujer. ¡Es una supergenio!
Me reí al ver las expresiones de diversión y curiosidad de mis compañeros.
Conforme pasaron los días, tuvimos que sortear los persistentes rumores
acerca de que teníamos una relación. La reputación de Travis ayudó a acallar el
rumor. Nunca había sabido estar con una sola chica más de una noche, así que
cuanto más nos veían juntos, mejor entendía la gente nuestra relación platónica
como lo que era. Ahora bien, ni siquiera las constantes preguntas sobre nuestro
vínculo hicieron disminuir la atención que Travis recibía de sus compañeras.
Siguió sentándose a mi lado en Historia y almorzando conmigo. No tardé
mucho en darme cuenta de que me había equivocado con él, e incluso llegué a
defender a Travis de quienes no lo conocían tan bien como yo.
En la cafetería, Travis dejó un cartón de zumo de naranja delante de mí.
—No era necesario que te molestaras. Iba a coger uno —dije, mientras me
quitaba la chaqueta.
—Bueno, pues ya no tienes que hacerlo —comentó él, con un hoyuelo
ligeramente marcado en su mejilla izquierda.
Brazil resopló.
—¿Te has convertido en su criado, Travis? ¿Qué será lo siguiente?
¿Abanicarla con una hoja de palmera, vestido solo con un bañador Speedo?
Travis lo fulminó con una mirada asesina, y yo salté en su defensa.
—Tú no podrías ni rellenar un Speedo, Brazil. Así que cierra esa boca.
—¡Calma, Abby! Estaba bromeando —dijo Brazil, levantando las manos.
—Bueno…, pero no le hables así —dije, frunciendo el ceño.
La expresión de Travis era una mezcla de sorpresa y gratitud.
—Ahora sí que lo he visto todo. Una chica acaba de defenderme —dijo al
tiempo que se levantaba.
Antes de irse con su bandeja, echó una nueva mirada de aviso a Brazil, y
entonces salió a reunirse con un pequeño grupo de fumadores que estaban de pie
en el exterior del edificio.
Intenté no mirarlo mientras se reía y hablaba. Todas las chicas del grupo
competían sutilmente por ponerse a su lado, y America me dio un codazo en las
costillas cuando se dio cuenta de que mi atención estaba en otro sitio.
—¿Qué miras, Abby?
—Nada, no estoy mirando nada.
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