MARAVILLOSO DESASTRE maravilloso_desastre | Page 18

www.lecturaycinecr.blogspot.com hacia la puerta y la mantuvo abierta. —No dejaría que te pasara nada malo, Paloma. Entré furiosa en el restaurante, aunque mi cabeza todavía no se había sincronizado con los pies. El aire se llenó de olor a grasa y hierbas aromáticas cuando lo seguí por la moqueta roja salpicada de migas de pan. Eligió una mesa con bancos en la esquina, lejos de los grupos de estudiantes y familias, y después pidió dos cervezas. Eché un vistazo al local: observé a los padres obligar a sus bulliciosos hijos a comer y esquivé las inquisitivas miradas de los estudiantes de Eastern. —Claro, Travis —dijo la camarera, apuntando nuestras bebidas. Parecía un poco alterada por su presencia cuando regresó a la cocina. Repentinamente avergonzada por mi apariencia, me recogí detrás de las orejas los mechones de pelo que el viento había hecho volar. —¿Vienes aquí a menudo? —pregunté mordazmente. Travis apoyó los codos en la mesa y clavó sus ojos marrones en los míos. —Y bien, ¿cuál es tu historia, Paloma? ¿Odias a los hombres en general, o solo a mí? —Creo que solo a ti —gruñí. Soltó una carcajada: mi mal humor le divertía. —No consigo acabar de entenderte. Eres la primera chica a la que le he dado asco antes de acostarse conmigo. No te aturullas cuando hablas conmigo ni intentas atraer mi atención. —No es ningún tipo de treta. Simplemente no me gustas. —No estarías aquí si no te gustara. Mi entrecejo se relajó involuntariamente y suspiré. —No he dicho que seas mala persona. Simplemente no me gusta que saquen conclusiones de cómo soy por el mero hecho de tener vagina. Centré mi atención en los granos de sal que había sobre la mesa hasta que oí que Travis se atragantaba. Abrió los ojos como platos y se agitó con carcajadas que parecían aullidos. —¡Oh, Dios mío! ¡Me estás matando! Ya está. Tenemos que ser amigos. Y no acepto un no por respuesta. —No me importa que seamos amigos, pero eso no implica que tengas que intentar meterte en mis bragas cada cinco segundos. —No vas a acostarte conmigo. Lo pillo. —Intenté no sonreír, pero fracasé. Se le iluminó la mirada—. Tienes mi palabra. Ni siquiera pensaré en tus bragas…, a menos que quieras que lo haga. Hinqué los codos en la mesa y apoyé mi peso en ellos. —Y eso no pasará, así que podemos ser amigos. Una sonrisa traviesa afiló sus rasgos mientras se acercaba un poco más. 18