núm. 62 ·
de peso de sus hermanos. Emprendieron la caminata con lo
fresco de la mañana. Luna y Espuma preguntaron cuál era el plan.
Rayo fue firme: Ustedes nomás síganme.
Cruzaron el Cerrito y le dieron
por el arroyo, en una curva de su
cauce, atravesaron unas plataneras
y llegaron al Campo de Aviación
de Santiago (en ese tiempo Manzanillo todavía no tenía aeropuerto) allí quisieron admirar las
avionetas pero sólo lo hicieron de
pasada porque Rayo no dio otra
opción:Vamos a hacer ejercicio, no
venimos de paseo. Ni modo, Luna
y Espuma aceptaron, esperando
ver los resultados al llegar de regreso a casa.
Siguieron caminando y en lugar de
tomar el camino a las Humedades,
Rayo tomó la decisión de atravesar los Colectivos, lugar donde
vivían los trabajadores de Casolar,
empresa encargada de las construcciones en la Península de Santiago. El lugar estaba cercado con
malla ciclónica y alambre de púas
en la parte superior; entraron por
la puerta principal, pero salieron
al otro extremo: donde había que
trepar por la malla ciclónica para
poder salir de allí. Rayo contaba
con 11 años Luna tenía 8, Espuma
6; creyeron que su hermano estaba loco y no podrían lograrlo pero
se entusiasmaron cuando lo vieron
trepar con agilidad de gato a él y a
sus osados amigos, que traspasaron y empezaron a animarlos, con
lo cual también se decidieron.
Una vez superado el primer reto,
que lograron con unos cuantos
arañones por el alambre de púas y
todos enterregados porque estaba
más difícil la bajada que la subida y
tuvieron que dejarse caer, conti-
nuaron la marcha, esta vez por una
brecha que conducía de las plataneras al poblado de Salagua. En el
camino sombreado y húmedo por
el riego festejaban la idea del paseo, pensando que al llegar a ese
pueblo, tomarían la carretera y llegarían a casa lindos y delgados, pero Rayo les tenía otra sorpresa. Al
llegar al jardín, con su voz firme
anunció: El siguiente reto es ir a la
boquita de Salagua. Para ello
debían cruzar el arroyo lleno de
lirios, que aparentaba ser tranquilo
y bajito, pero cuando iban cruzándolo resultó profundo y lodoso:
los grandes y con experiencia en
la vagancia tuvieron que ayudar a
los pequeños a salir sanos y salvos.
Admiraron la Boquita, pequeña laguna donde se encuentran las
aguas del mar con las del río, pero
no había tiempo para bañarse y divertirse, debían emprender de
nuevo la marcha y cruzaron el
campo de Golf de las Hadas.Al llegar al camino de La Audiencia, ya
Luna y Espuma, asoleados y con
sed, querían salir al crucero de las
Hadas, pero Rayo, todavía viéndolos gorditos, decidió tomar otra
ruta: subirían por el cerro de la
Península de Santiago para admirar
el paisaje y llegar a la Playa. Luna y
Espuma voltearon hacia arriba y
peguntaron: ¿Por la subida empedrada? ¡Si ya venimos cansados!
Rayo no lo pensó dos veces: Por el
empedrado no, vamos a cortar camino, subiremos por las canalejas
de la lluvia. E inmediatamente empezó a escalar a cuatro patas, seguido por sus compinches. Los
gorditos de sus hermanos cuando
reaccionaron ya iban también en la
fila trepados, claro está, al final,
porque si se iban a delante y resbalaban harían carambola.
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Llegaron arriba, todos mareados
por la poca condición física y el
susto de pensar en lo que hubiera
sucedido de haber resbalado. Bajaron a la Playa de Santiago, se mojaron los pies y acto seguido, Rayo
ordenó regresar a trepar el cerro
de atrás del Hotel Anita, por vereditas lo cruzaron y cuando iban
bajando por la Cima de Santiago
se encontraron a otros chiquillos
con unos ganchos cortando
guamúchiles. Agotados, asoleados,
rosados de la entrepierna, con
hambre y sed, Luna y Espuma se
alegraron pensando que les compartirían algunos, pero oh sorpresa, eran paroteños (miembros de
la congregación religiosa La Luz
del Mundo) que se espantaron al
ver a esa banda de chiquillos mugrosos, invadiendo su cerril territorio y reaccionaron tirándoles
pedradas. Rayo y sus secuaces decidieron ponerse a salvo con una
buena carrera, al cabo los guamúchiles esos son ahogones, decía
mientras como buen líder los
alentaba a correr.
Bajaron el cerro, cruzaron el
puente, llegaron al Jardín de Santiago y finalmente a casa. Luna y
Espuma casi llorando, agotados,
después de esa terrible aventura,
corren hacia la madre que está
preocupada por la tardanza. Después de la atropellada narración
de los niños acerca de la odisea
terrible que Rayo les hizo pasar,
ésta lanza una serie de improperios al larguirucho chico por las
condiciones en que regresan los
hermanos. Entonces Rayo, dirigiéndose a ellos con una mirada
severa, de sus lánguidos ojos, remata: De todos modos ustedes no
tienen lucha: ¡Siguen igual de gordos!