Manzanillo Nativos Boletín 63 | Page 9

núm. 62 · de peso de sus hermanos. Emprendieron la caminata con lo fresco de la mañana. Luna y Espuma preguntaron cuál era el plan. Rayo fue firme: Ustedes nomás síganme. Cruzaron el Cerrito y le dieron por el arroyo, en una curva de su cauce, atravesaron unas plataneras y llegaron al Campo de Aviación de Santiago (en ese tiempo Manzanillo todavía no tenía aeropuerto) allí quisieron admirar las avionetas pero sólo lo hicieron de pasada porque Rayo no dio otra opción:Vamos a hacer ejercicio, no venimos de paseo. Ni modo, Luna y Espuma aceptaron, esperando ver los resultados al llegar de regreso a casa. Siguieron caminando y en lugar de tomar el camino a las Humedades, Rayo tomó la decisión de atravesar los Colectivos, lugar donde vivían los trabajadores de Casolar, empresa encargada de las construcciones en la Península de Santiago. El lugar estaba cercado con malla ciclónica y alambre de púas en la parte superior; entraron por la puerta principal, pero salieron al otro extremo: donde había que trepar por la malla ciclónica para poder salir de allí. Rayo contaba con 11 años Luna tenía 8, Espuma 6; creyeron que su hermano estaba loco y no podrían lograrlo pero se entusiasmaron cuando lo vieron trepar con agilidad de gato a él y a sus osados amigos, que traspasaron y empezaron a animarlos, con lo cual también se decidieron. Una vez superado el primer reto, que lograron con unos cuantos arañones por el alambre de púas y todos enterregados porque estaba más difícil la bajada que la subida y tuvieron que dejarse caer, conti- nuaron la marcha, esta vez por una brecha que conducía de las plataneras al poblado de Salagua. En el camino sombreado y húmedo por el riego festejaban la idea del paseo, pensando que al llegar a ese pueblo, tomarían la carretera y llegarían a casa lindos y delgados, pero Rayo les tenía otra sorpresa. Al llegar al jardín, con su voz firme anunció: El siguiente reto es ir a la boquita de Salagua. Para ello debían cruzar el arroyo lleno de lirios, que aparentaba ser tranquilo y bajito, pero cuando iban cruzándolo resultó profundo y lodoso: los grandes y con experiencia en la vagancia tuvieron que ayudar a los pequeños a salir sanos y salvos. Admiraron la Boquita, pequeña laguna donde se encuentran las aguas del mar con las del río, pero no había tiempo para bañarse y divertirse, debían emprender de nuevo la marcha y cruzaron el campo de Golf de las Hadas.Al llegar al camino de La Audiencia, ya Luna y Espuma, asoleados y con sed, querían salir al crucero de las Hadas, pero Rayo, todavía viéndolos gorditos, decidió tomar otra ruta: subirían por el cerro de la Península de Santiago para admirar el paisaje y llegar a la Playa. Luna y Espuma voltearon hacia arriba y peguntaron: ¿Por la subida empedrada? ¡Si ya venimos cansados! Rayo no lo pensó dos veces: Por el empedrado no, vamos a cortar camino, subiremos por las canalejas de la lluvia. E inmediatamente empezó a escalar a cuatro patas, seguido por sus compinches. Los gorditos de sus hermanos cuando reaccionaron ya iban también en la fila trepados, claro está, al final, porque si se iban a delante y resbalaban harían carambola. 9 Llegaron arriba, todos mareados por la poca condición física y el susto de pensar en lo que hubiera sucedido de haber resbalado. Bajaron a la Playa de Santiago, se mojaron los pies y acto seguido, Rayo ordenó regresar a trepar el cerro de atrás del Hotel Anita, por vereditas lo cruzaron y cuando iban bajando por la Cima de Santiago se encontraron a otros chiquillos con unos ganchos cortando guamúchiles. Agotados, asoleados, rosados de la entrepierna, con hambre y sed, Luna y Espuma se alegraron pensando que les compartirían algunos, pero oh sorpresa, eran paroteños (miembros de la congregación religiosa La Luz del Mundo) que se espantaron al ver a esa banda de chiquillos mugrosos, invadiendo su cerril territorio y reaccionaron tirándoles pedradas. Rayo y sus secuaces decidieron ponerse a salvo con una buena carrera, al cabo los guamúchiles esos son ahogones, decía mientras como buen líder los alentaba a correr. Bajaron el cerro, cruzaron el puente, llegaron al Jardín de Santiago y finalmente a casa. Luna y Espuma casi llorando, agotados, después de esa terrible aventura, corren hacia la madre que está preocupada por la tardanza. Después de la atropellada narración de los niños acerca de la odisea terrible que Rayo les hizo pasar, ésta lanza una serie de improperios al larguirucho chico por las condiciones en que regresan los hermanos. Entonces Rayo, dirigiéndose a ellos con una mirada severa, de sus lánguidos ojos, remata: De todos modos ustedes no tienen lucha: ¡Siguen igual de gordos!