Manzanillo Nativos 61 | Page 14

14 · núm. 61 madrosa que caracteriza a los porteños. La falta de escuelas privadas hacía que nuestra secundaria fuera un espacio democrático, en donde la hija del presidente municipal podía estar en igualdad de circunstancias con el hijo del más humilde artesano o pescador y ser blanco por igual de las puyas despiadadas de algunos docentes, que también tenían o adquirían el espíritu chingativo del manzanillense promedio. inquietos, y ellos mismos inventaban sus propias correrías, lo que les otorgaba una enorme popularidad entre el alumnado. Había, por ejemplo, los choferes a los que de pronto se les ocurría no hacer ninguna parada intermedia hasta llegar al Seguro, lo que generaba protestas, lamentos y mentadas de madre. Otros iban dirigiendo las porras: “Una porra a Fulanito” decían, y un coro de chiflidos entonaban las conocidas cinDurante muchos años, la zona en co notas que representan cierto la que se ubica la secundaria esta- insulto bastante conocido. ba prácticamente despoblada, muy Sin embargo, las jornadas más mealejada de las áreas urbanizadas. morables que viví a bordo de los Por ello, era necesario trasladarse camiones escolares fueron aqueen camiones urbanos, con una pe- llas en las que los vehículos se culiaridad: a las horas de entrada y convertían en escenario de épicas salida, había corridas exclusivas pa- batallas. Sucede que en la parte ra estudiantes, lo que hacía que los trasera de la Secundaria había, por camiones fueran una extensión del alguna circunstancia que descoentorno escolar. Para las personas nozco, un enorme plantío de limode otros tiempos y lugares, este neros. “La limonera”, como hecho parece una excentricidad, e nombrábamos a esa área, era una incluso hay quienes han creído que especie de zona de nadie. Ahí son puros inventos míos. Puedo solían perderse algunas parejitas jurar, sin embargo, que es absolu- con el fin de “apretar” en horas de tamente cierto. clase, y también era la ruta clanA las dos y media de la tarde, los camiones se alineaban en una larguísima fila. Una vez que sonaba el timbre, una estampida de casi mil adolescentes salía galopando ferozmente de la escuela, tratando de obtener un asiento en los camiones preferidos. Dichas preferencias no estaban en función del buen estado de los vehículos, sino de quién fuera el chofer.Y es que había conductores muy serios y formales, que no permitían desmanes a bordo de sus “unidades”, y manejaban con estricto respeto a las ordenanzas de tránsito. Pero había otros que gustaban de participar en las actividades vandálicas orquestadas por los alumnos más destina que utilizaban quienes se hacían la pinta. Algunas compañeras, por flojera de ir al baño, utilizaban la limonera para vestirse con la ropa de deportes, cosa que aprovechábamos los precoces voyeuristas para obtener información fidedigna acerca de la anatomía femenina. Durante algunos meses del año, la limonera prodigaba generosamente sus frutos, que eran recolectados unos minutos antes del timbre de salida por los eternos ociosos, es decir, los alumnos de los talleres de Mecánica y Cerrajería. Por supuesto, los limones no eran almacenados con fines alimentarios, sino bélicos. Con la complicidad de los choferes, cada vez que un camión rebasaba a otro se suscitaba un intercambio de limonazos, que la mayoría de las ocasiones cobraban víctimas inocentes. Como en las antiguas películas de guerra, los camiones se iban rebasando mutuamente, hasta que las municiones se agotaban o se llegaba a la zona urbana. Cuando los árboles de limón dejaban de dar fruto, aparecía otro temible proyectil: el huizapol. Si bien tenía menor alcance, sus efectos podían ser más devastadores, sobre todo cuando se utilizaba a corta distancia. Por supuesto, cuando las autoridades escolares se enteraron de estas salvajes prácticas, intentaron ponerles freno. Pero ni los reportes extraescolares ni las citas a los padres podían detener la barbarie. El despido de los choferes desmadrosos hacía que las aguas volvieran a su cauce... hasta que los nuevos también le entraban al juego. Afortunadamente, nunca ocurrió algún percance mayor, a pesar del riesgo que estas conductas entrañaban. Por supuesto, quienes abordábamos los camiones beligerantes sabíamos perfectamente a qué atenernos, por lo que nadie podía quejarse si recibía un limonazo. Y es que finalmente no era más que un juego, que terminaba cuando bajabas del camión y caminabas amistosamente al lado de quien minutos antes había sido tu rival. Porque así somos los de Manzanillo.