Entre ellos se encuentran: el carecer de vínculos seguros en la infancia; envejecer visto como traumático; modos patológicos de apego a los objetos (estos llenarían “vacíos”); vínculos dependientes (sentirse completados por otro o completar a otro sosteniéndolo) ; bastón único (apoyarse en una sola persona, en este caso, si la persona fallece no encuentran otro sentido a su vida ya que ese “bastón único se ha perdido. También puede ser un bastón único un trabajo, los hijos); historia de duelos no elaborados; carencia de red familiar o social, entre otros. Estas características de personalidad pueden vulnerar el proceso de envejecer.
Mientras que por otro lado, la autora sugiere algunos factores protectores que permiten la resilencia y ayudan a alcanzar una mejor estabilidad en este proceso vital. Incluso ha desarrollado un inventario para poder detectar estos factores y en caso de faltar alguno, poder trabajarlos. Vamos a mencionar aquellos que tienen que ver con la problemática planteada. Uno de ellos son los vínculos inter-generacionales. La ubicación del sujeto como un eslabón en la cadena generacional, ya sea en lo familiar o en lo sociocultural, a través de la repercusión del legado de los antecesores y de su trasmisión a los que siguen, contribuirá al logro de la continuidad entre generaciones. Permitirá conservar la memoria de los que ya no están como modo de ir construyendo futuro para los que vengan después, a modo de puentes entre generaciones.
También, implica posicionarse como mentor y guía de los más jóvenes a través de la generatividad. Poder ubicarse como un eslabón más en ese encadenamiento es adquirir la humildad de saberse ni más ni menos que eso: un simple eslabón en la cadena. Con toda la responsabilidad a quien debe contribuir al logro de esa continuidad, tanto en la cadena familiar como puede serlo la socio-cultural.
Otro de los factores protectores es la diversificación de vínculos e intereses: Hay una gran importancia en la implicación social con el paso del tiempo: seguir involucrado con la familia y los amigos, mantener redes diversas de apoyo, realizar tareas de voluntariado, seguir trabajando después de la jubilación y/o comenzar nuevos trabajos o actividades gratificantes. Se sostiene que con cuanta más gente uno tenga contacto, mejor nos encontramos física y mentalmente. Para interactuar regularmente, incluso con extraños, uno utiliza tantas destrezas mentales como para resolver problemas. Esto se pone en contraposición con las personas que tienden a aislarse, o que por diversas situaciones de sus vidas se sienten aisladas.
Hay otra dimensión que se refiere a pérdidas, vacíos, compensación con ganancias, pero explicada desde la cara positiva del envejecer: se abren vacíos que invitan a replantearse el sentido de la propia vida y actúan como un desafío a llenarlos creativamente. En esta etapa de la vida, es esperable que la persona haya pasado por varias pérdidas y no solo de seres queridos, sino también del trabajo o de algunas actividades que ya no puede realizar, incluso la pérdida del cuerpo de la juventud. Estas pérdidas deben ser reelaboradas, ya que el problema no está en la pérdida en sí sino en el sentido que se le da a ella.
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