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la vida cultural y artística y propiciarán opor-
tunidades apropiadas en condiciones de igual-
dad, de participar en la vida cultural, artística,
recreativa y de esparcimiento.
¿CÓMO Y POR QUÉ SE HA VENIDO ROMPIENDO
CON ESTE DERECHO DE LA INFANCIA?
Pues básicamente desde una visión adultocentris-
ta, se han transformado los espacios en lugares
para la construcción vertical, pensados en la inmo-
biliaria y el factor económico, pereciendo los luga-
res sociales y de recreo. Si a esto le sumamos otros
causantes económicos provenientes de la industria
juguetera, que han primado el juego con juguete,
frente al juego simbólico o de grupo, la publicidad,
el impacto de la cultura digital a modo de videojue-
gos, móviles, tablets, etc.; tenemos una transforma-
ción paulatina del tipo de juego que ha reducido el
tiempo al aire libre de los niños, que ha promovi-
do conductas antisociales, y en definitiva una vida
más sedentaria y menos lúdica.
Yo no estoy en contra de la tecnología, ni de los
videojuegos tampoco, pero no podemos obviar que
el juego libre y en exterior promueve una serie de
hábitos saludables que son innegables. De hecho
ya hay estudios que relacionan la experiencia del
juego al aire libre con toda una serie de cambios
en las conexiones de las neuronas de la corteza
prefrontal del cerebro, asociadas a las habilida-
des emocionales, de planificación de tareas, de
resolución de problemas, etc. De hecho el juego es
el elemento que nos prepara para ser prosociales,
para interactuar con los demás, para la vida; pero
además, puede beneficiar nuestro conocimiento
y mejorar resultados académicos (puedes ampliar
esta información con los estudios del Doctor, pro-
fesor de la Facultad de Lethbridge en Canadá y
especialista en neurociencia Sergio Ellis, sobre el
desarrollo cognitivosocial a través del juego aquí o
aquí).
Por otro lado, nuestro modelo de vida, basado
en agendas apresuradas en las cuales consumimos
ocio a la carta, reponemos tiempo familiar median-
te extraescolares, apuramos los fines de semana a
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mama
• NOVIEMBRE 2018
base de sobrestimulación, etc.; promueve que no se
dé a lugar un juego de calidad. Al respecto de este
planteamiento recomiendo esta entrevista de Diana
Oliver para El País, a Andrés Paya, miembro funda-
dor del Observatorio del Juego Infantil. El modelo
de sociedad para nada conciliadora, prácticamente
obliga a que nuestro sector más vulnerable se pase
las tardes en jornadas interminables de extraescola-
res en donde el juego ha desaparecido.
Parace también, que otro de los factores que
han propiciado esta desaparición de lo lúdico está
relacionado con nuestro estilo de crianza. Por más
difícil que me resulte reconocer un estilo sobrepro-
tector, pues creo que hay mucho de prejuicio a la
hora de juzgar los actuales modelos de ma/pater-
nidad, todo parece indicar que el constante prota-
gonismo que mantenemos como adultos mediante
nuestras intervenciones en el juego, está apoyan-
do también que se acabe el juego de calidad. De
hecho, ya existen expertos que relacionan la falta
de autonomía y control en el juego, de valoración
de los riesgos por uno mismo, de afrontamiento
de los conflictos entre iguales en la infancia, con el
aumento de psicopatologías como la depresión o la
ansiedad infantil.
Como ves, toda una serie de factores que se
suman para promover que nuestra infancia tenga
un amplio retroceso en uno de sus derechos fun-
damentales, el juego, desde que se reconociese
su importancia educativa mediante la revolución
industrial y la lucha por los derechos de los niños.
Este dato me da que pensar mucho últimamente,
me hace reflexionar sobre un cambio más necesa-
rio que el educativo, un cambio que afecta a toda
nuestra sociedad. Por este motivo, y viéndome muy
implicada en lo que esto supone, escribiré y hablaré
en el café, en la cena con amigos, con los colegas,
sobre la importancia de erradicar esta Generación
alúdica. Como madre, como docente, como ciuda-
dana, considero que es necesaria una revolución
que aúne el respeto por la infancia, por la concilia-
ción familiar y por el cuidado de los entornos, pri-
mando el derecho de los niños para que se desarro-
llen de un modo óptimo. ■