[ EL POST DEL MES ]
La burbuja
Por Enrique de ‘Papá llega tarde’
U
na vida activa en redes sociales entraña
un peligro evidente que en demasiadas
ocasiones nos empeñamos en obviar:
vivimos en una burbuja. El día a día físico
nos pone —un poquito— en contacto con
personas de otros ámbitos, con gente afín a otras
opiniones, pero cuando nos sumergimos en la maraña social de Internet tendemos a establecer lazos
con aquellos que tienen gustos, intereses y pareceres
similares a los nuestros. Nos sentimos cómodos y a
gusto así, recibiendo «megustas» en cada tuit de pataleta social y en ese chiste sobre el líder del partido
político más alejado de nuestra papeleta electoral. Y
olvidamos que existe todo un mundo más allá, un universo paralelo de gente que vive a nuestro lado, pero
que entiende la realidad e interpreta sus necesidades
de forma diametralmente opuesta a la nuestra.
Nunca había sido tan consciente de la existencia de
esos universos paralelos como el día en que mamá
y yo compartimos una noche de cena y concierto
con los amigos del trabajo de mi hermana. La tía de
nuestra gusanita trabaja en una gran empresa de
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•
mama
• JULIO 2016
auditoría, de esas de traje y corbata para los hombres
aunque el sol les apriete los pescuezos con la sequedad aplastante del verano madrileño. Nos encontramos en un irlandés cerca de una de las colmenas de
oficinas de Azca. Y empezó el baño de realidad. Entre
auditores, abogados y registradores de la propiedad
aprendimos que existían jóvenes de nuestra edad que
sólo acudían a fiestas nocturnas que les garantizaran que un aparcacoches les ahorraría rayones en su
Mercedes de 60.000€ después de 3 ó 4 gin-tonics
a 15€ la copa; conocimos —como las meigas, haberlas, haylas— mujeres florero de apenas 30 años que
desconocen lo que cuesta un café porque su marido
lo paga todo con la tarjeta —«black» o no, nunca lo
sabremos— de ese bufete de abogados cuyo nombre descuelga un apellido compuesto tras otro cual
dinastía élfica del «Simarillion»; nos dimos cuenta, en
definitiva, de que nuestra vida no tenía nada que ver
con la de todos esos jóvenes oscuramente trajeados
que no nos habrían tocado ni con un puntero láser
atado al extremo de un palo si nos hubieran visto en
cualquiera de las sentadas del 15M que a nosotros nos
ponían «la gallina de piel».