Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 49
Me llamó la atención que AMOSAPIENS me comentara que no tenía necesidad
de jugar a poner esas cadenitas-guiones, porque sólo le parecían un juego de niños.
Tampoco me pidió desesperadamente que le diera mi dirección del Messenger o me
comprara una webcam para enseñarle las tetas detrás de esa fría cámara.
AMOSAPIENS apareció, primero, con mucha educación, y segundo, con un aura
cibernética, si es que esto existe, repleta de autoridad y ternura a la vez.
De entrada, hubo un dato de AMOSAPIENS que, tal vez por mi deformación
profesional entre las forzosas lecturas de la editorial y mis traducciones freelance,
me gratificó mucho. Me refiero a que Sapiens sabía escribir, y cuando digo saber
escribir, quiero decir que en mi ordenador leía las palabras con acentos, las frases
con exclamaciones e interrogaciones y las distintas expresiones separadas con los
puntos y comas correspondientes. Porque hasta entonces había podido hartarme, y
hasta enfadarme más de una vez, cuando veía que el chat, curiosamente, el medio
en el que a la fuerza todo el mundo se relaciona por escrito, estaba repleto de faltas
de ortografía, frases sin signos, puntos o comas o, lo que es peor, con ese lenguaje
móvil tipo ola xica wapa, ke tal stas?, ¿m djas q t d x kulo?, inventado por los más
jóvenes, y tan hirientemente delator de cuántos ya habíamos pasado la barrera de
los treinta...
Enseguida me di cuenta de que, pese a haber estado quince días chateando en la
sala de Amos y sumisas, era la primera vez que me encontraba frente a un AMO de
verdad, es decir, con una persona que buscaba desesperadamente lo que —según
él— le faltaba a su vida para poder vivirla con la filosofía en la que creía. Tenía las
cosas muy claras o al menos eso me pareció: le faltaba una sumisa o, más
concretamente, su sumisa, y la filosofía de vida en la que él creía a pies juntillas
quedaba resumida con las iniciales BDSM o arte del Bondage o ataduras,
Dominación o Disciplina —según los casos—, Sadismo y Masoquismo. Un arte, en
fin, que, en otras épocas, no fue precisamente un arte erótico, sino un temido
método de tortura.
Fui sincera, muy sincera cuando me preguntó qué buscaba en esa sala y le
contesté que divertirme, entretenerme, aprender, saber, conocer otros mundos,
curiosear, no juzgarlos e intentar entenderlos. Fui también sincera cuando le dije
que no distinguía si simplemente estaba aburrida o si algo se estaba moviendo
dentro de mí para llevarme a buscar otros caminos que aún no había descubierto.
En fin, que soy Mari Dudas, le dije, y él no tardó en contestarme con una de esas
onomatopeyas cibernéticas que siempre me han hecho reír: Jajajajaajajajajajajajaja,
encantado de conocerte, Mari Dudas...
Creo que mi honestidad le gratificó, porque —según decía— estaba harto de
usuarios pajilleros que por pasar el rato o encontrar unos segundos de éxtasis se