Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 40

Claro que lo de las lecturas de la editorial ya es otra cosa... Y no lo digo porque deba emitir informes de lectura de varios manuscritos que ni siquiera he comenzado a leer y que, sucesivamente y a lo largo de este mes, se han ido apilando en mi despacho y hasta en mi casa... Lo digo, sobre todo, porque cada vez que he ido al despacho por la mañana para recoger los plúmbeos ensayos y novelas de los esperanzados autores noveles, en vez de leer o llevar a cabo la actividad por la que se supone que me pagan, me he dedicado a chatear e incluso, y sobre todo tras haber conectado con AMOSAPIENS, a cosas más graves o más descaradas que un inocente intercambio de frasecitas a través de Internet... ¡Y eso que los fluidos no entran por la red, que si no...! Creo que ya debía encontrarse bastante avanzada la media circunferencia del satélite, cuando viví en mi propia piel la inocuidad de estas conversaciones y me asaltó una especie de filantropía y ánimo de buena voluntad. Entonces me dio por, ¿cómo llamarlo?..., ¿hacer milagros eróticos? Sí, hacer milagros eróticos puede ser una ilustrativa expresión para describir mis espontáneos deseos de hacer felices a algunos usuarios del chat, a través de ese extraño entramado que me permitía dejarme follar sin problemas o follar a más de uno, a costa de hacer creer durante el tiempo que duraba el chateo de turno que yo era quien él o ella quería que fuese o que, en definitiva, era esa persona que, en sueños, imaginaban encontrar. Todo parecía perfecto: ellos felices gracias a la imaginación, y yo contenta de haber hecho la gran obra del día, jugando a que no podía dejar de imaginar una frenética sucesión de juegos. ¡Y sin condones, sin contagios, sin necesidad de esforzarme en parecer perfecta metiendo la tripa, sin comprar ropa interior nueva, sin identidades y sin el menor riesgo! Solitario, por ejemplo, apareció cuando estaba chateando como ramera. Sin saber muy bien cómo ni por qué, ramera empezó a preguntarle por qué era solitario, qué le pasaba, cómo estaba ahora, dónde vivía o qué edad tenía. En un abrir y cerrar de privados, ramera se convirtió en una especie de psicóloga de solitario o, para quien lo prefiera, una prostituta a la antigua usanza, de aquellas que, tras la barra del bar, escuchan al cliente, lo aconsejan, calman sus penas o se brindan como un hombro en el que llorar y un pañuelo para sus lágrimas. Por cierto, las de solitario me parecieron muchas, quizás demasiadas porque, con sólo veintipocos años, me contó que se le había partido la vida en dos por culpa de un grave accidente de tráfico. Según decía, chateaba mucho porque se aburría, ya que se encontraba de baja laboral desde hacía más de quince meses y tenía que soportar esa rehabilitación diaria que se le hacía más cuesta arriba cada vez que recordaba cómo había perdido a su novia y a esos amigos que, al final, resultaron no serlo porque le dieron la espalda a él y a su enfermedad. Cuando ramera salió con aquello de: No te preocupes, solitario, hoy y sin que sirva de