Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 38
Capítulo
3
Camas crecientes
Cuando la luna creció y llegó más o menos a la mitad de su esférica dimensión,
a fuerza de haber chateado infinidad de horas al día y mantenido conversaciones
variopintas y más desinhibidas y sueltas cada vez, fui capaz, además de no
perderme ni una sola línea de lo que se decía en la sala, de simultanear charlas en
varios privados. La rapidez de conversaciones, personajes y temas llegó a tal punto
en esta etapa, que llegué a reírme de mí misma porque me sentía como una
ludópata, concretamente como una binguera que podía estar al tanto de infinidad
de cartones, sin obviar ni un solo número y sin perder las riendas del juego.
Creo que me excitaba más que nada la capacidad creativa del chat y de muchos
de estos usuarios a los que, paradójicamente, imaginaba con vidas grises y tristes,
aunque como por arte de magia conseguían transformarlas en picantes,
dialogantes y excitantes, gracias a los prodigios de la informática y del anonimato
que salpicaba cada rincón del cibersexo.
Definitivamente, con el cuarto creciente del satélite, la fluidez, el enganche a las
conversaciones múltiples, el vicio y el descaro alcanzaron tal intensidad que no
sólo descubrí cientos de aspectos personales y hasta más de un secreto confesado
por alguno de los usuarios habituales que entraban en aquella gran familia
internauta, sino que, además, mis variopintas identidades, tan anónimas como
camaleónicas y chispeantes, me condujeron a volar más alto cuando me atreví con
el más difícil todavía.
Me refiero, claro está, a la osadía de jugar a echar un sinfín de polvos
cibernéticos, tanto con hombres como con mujeres o, mejor dicho, con personas
que aparecían con nicks masculinos o femeninos, y a veces hasta neutros tipo
pereza, crueldad o invasión, o a quienes dejaba compartir mi cama internauta, sólo si
me presentaba como pecado o con mi nick preferido en el ámbito de tanta
ambigüedad.
¡Jugar a los polvos cibernéticos!, ¿a quién se le ocurre?
La verdad es que durante esos días, y tanto metafórica como literalmente
hablando, me lo pasé más que bien. Es más: creo que ni soñando hubiera podido
imaginar que podía asaltarme algún que otro calentón a través del chat. Y es que
por muy surrealista que pueda parecer, me imbuía tanto en las conversaciones y