Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 183

—¿La leche? ¿Te refieres a esa... leche? ¡Puaggggggggggg! —Hummmmmmmmmmmmmmmmm —exclamó Sapiens. —¿Hummmmmmm o Ufffffffffff? No me digas que te gusta que no me guste la leche. —Me encanta que no te guste. —No te entiendo. ¡Y yo que creía que había perdido cien puntos! —¡Al contrario! —exclamó un, para mí, contradictorio AMOSAPIENS. —¡La leche! ¿Y se puede saber por qué te gusta que no me guste la leche? —Mira, hay cosas que son retos, tienen más ciencia... Si todo fuera demasiado fácil pierde interés. —O sea, que te gusta que no me guste para darte el gusto de que termine gustándome la degustación... ¡Ya te veo, MAESTRO, ya te veo! —Jajajajajaja. ¡Premio! ¡La bici para esta señorita que, además de poeta y ludópata gramatical, es jodidamente lista! Tras entender aquellos «milagros lácteos», observé cómo el diablo pelirrojo también derramó sus fluidos en las interioridades de Amélie, al tiempo que le concedía un permiso expreso para que ella dejase salir su placer, ya sin inhibiciones. El ángel obedeció, coronando una sinfonía de orgasmos que, a capela, derramaron con su voz tres seres, al menos para mí, absolutamente luminosos. Por cierto, no sé si Amélie o cualquiera de los AMOS pudieron percatarse de que yo también acababa de correrme, cuando tuvo lugar el final de la paja que me hice, esta vez sin necesidad de imaginar nada y sí, en cambio, gracias a la escena que acababan de sesionar y representar frente a mí un MAESTRO, un ángel y un demonio pelirrojo. Creo que ninguno de los tres se dio cuenta de mi masturbación porque cuando terminaron con sus juegos se miraron satisfechos, haciendo caso omiso de mi existencia y como si esta indiferencia formase parte de su recreo. Sólo cuando se vistieron y comentaron que les apetecía tomar una copa, Sapiens me cogió con brusquedad del brazo, arrastrándome hasta una especie de jaula enorme que, tenebrosa, descansaba en un rincón de aquella cueva. Caí de rodillas cuando EL MAESTRO me empujó al interior de esa mazmorra que cerró con llave, mientras aprovechaba el espacio existente entre barrote y barrote para colocar su polla desnuda en medio de estos hierros, orientarla hacia mi cara y, ¡por muy increíble que parezca!, mearse encima.