Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Seite 181
¡Vamos sumiso! ¡He dicho que te pongas a cuatro patas! ¡Hoy vas a probar mi
látigo!
—¡Jajajajajajajajaja! Me parto de risa contigo, de verdad que me parto... Mira,
perrita, yo no puedo ser tu esclavito, pero tú puedes ser sumisa y tener una
esclava, claro que si yo fuera tu AMO, también sería esclava mía. ¡Qué bien! ¡Otra
perra para mi cuadra!
—GUAU, ¡pero qué morro! Yo prefiero un esclavo...
—Lo siento pero ya te he dicho que no te permitiría un sumiso porque no me
van los tíos.
—¡Ni a mí las tías! No te fastidia...
Al cabo de unos diez fustazos, y sin que nadie me lo ordenara, el dolor por el dolor
de Amélie me llenó de ternura, compasión y hasta una especie de remordimiento de
conciencia que traduje en el gesto de ir a abrazarla por la espalda, para girarla y
volverla a besar como la estaba besando antes del momento cuero o antes de
excitarme sintiendo un desconocido y enorme placer: el placer del poder, de
dominar y llevar a mi antojo las riendas de un juego erótico a través del sadismo, la
autoridad y el mando.
No sé si los AMOS se sorprendieron o no por esta reacción; no sé si estaban
excitados o confusos. Sólo sé que Sapiens, ya desnudo completamente, pareció
animarse a participar por fin, acercándose para ponerse detrás de mí y restregarme
su polla por las nalgas, mientras yo, quizás porque me sentía culpable por los
golpes que acababa de propiciar, haciendo caso omiso de la provocación de EL
MAESTRO, no dejaba de besar y acariciar a Amélie con un amor que me explotaba
desde lo más profundo.
Por su parte, el diablo pelirrojo, después de desnudarse y mostrar su polla erecta,
hizo lo mismo con su esclava, aunque pronto se cambiaron las tornas, y me quedé
excitadísima y fuera de juego, viendo cómo Amélie se inclinó para chupar con
devoción la polla de Sapiens, al tiempo que Justiciero empezó a encularla sin
piedad.
Observé completamente sorprendida aquella escena... También observé
sorprendida la cara de placer de esos AMOS. Observé más sorprendida todavía
cómo el ángel mutaba la ternura inicial de su gesto por una lujuria desaforada,
quizás porque mientras hacía aquella mamada a un AMO que no era el suyo,
aunque por orden de Justiciero imagino que debía tratar a Sapiens como si en
realidad fuera su Dueño, tenía muy presente otra de las ilustrativas 55 reglas de oro
de una esclava: