Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 148

eternas dudas sobre la ropa interior y exterior que me pondría, el moldeado y secado del pelo que al final dejé lacio y suelto para que me resbalara por los hombros y hasta media espalda, la minuciosidad con la que me di pintalabios rojo, rímel y eye liner negro y, sobre todo, el disfrute de aquella renovada sensación de cosquillas en el estómago, como de primera cita amorosa... Cuando salí del hotel para pedir un taxi, en el espejo del ascensor me vi guapa con la minifalda vaquera, la estrecha y marca-tetas camisa negra de picos grandes sobre la que mi pelo, ligeramente rojizo, tanto resalta y las botas fashion que compré en las rebajas del pasado enero. El Torreón se encontraba en el casco antiguo de Oviedo y me pareció un lugar desconcertante y hermoso a la vez, porque el inmueble era un castillo medieval situado en pleno centro de la ciudad. Ya eran las ocho y diez cuando entré tímidamente, aunque enseguida me desinhibí paseando por el enorme recinto y observando las distintas barras, colocadas en diferentes plantas, rincones y hasta reductos tipo pasadizo. Al final, cuando decidí relajarme al amparo de la discreción que me brindaba uno de estos rinconcitos y pedirme un refresco de té, hierbabuena y limón, sonó el móvil avisándome de un nuevo mensaje de Sapiens: A tu AMO le encantaría que te quitases el abrigo. ¡Bufff! ¿Estaba escondido en algún rincón? ¿Podía verme y yo a ÉL no? ¿Pero dónde estaba? ¿No se habría disfrazado? Por más que miraba por todos los lados, ¿por qué no podía encontrar a nadie que coincidiese lo más mínimo con el hombre de la foto? ¿Y si todo era parte de su juego y en realidad no había llegado todavía? Me quité el abrigo de cuero negro y lo dejé en un taburete, presa del sorprendente abismo interior o esa especie de silencio que me envolvió por tanto y tanto aturdimiento, pese a que todo lo que me rodeaba era bullicio y buena, aunque estridente, música. Imbuida en la burbuja de ese personal y autista silencio, pude abstraerme de Sapiens durante escasos minutos, aunque «mi limbo particular» quedó interrumpido cuando, por detrás, alguien que no me permitió girarme para verle la cara agarró fuertemente y con violencia mi cintura para, a sus anchas, dedicarse a exhalar su aliento de hombre, lamerme, posar su boca húmeda, besarme y hasta mordisquearme por el cuello y las orejas. La química se puso a funcionar y, rápidamente, me envolvió el olor de ese desconocido-conocido Sapiens, excitándome sin ni siquiera haberle visto el rostro, ni cuando me soltó la cintura con la mano izquierda que al instante utilizó para taparme los ojos, al tiempo que, con la derecha, me giraba el torso como si fuese una muñeca. Agarrada, o más bien aprisionada por el talle con una fuerza tan asfixiante como excitante, y ciega frente a un hombre del que sólo pude intuir que