Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 107
El proceso de agotamiento y dolor físico culminó con un catarro de los que
hacían época. Dos días sin poder ir a trabajar; dos días sin poder dejar de soñar con
ÉL, sin poder dejar de pensar en ÉL, sin poder dejar de sufrir por el daño que le
había hecho y sin poder dejar de sorprenderme por culpa de los nuevos
pensamientos que me asaltaban en medio de un proceso febril.
Entre estos pensamientos que aterrizaban en mi cabeza de continuo, me puso el
vello de punta aquel que, de repente, me llevó a desear los azotes de Sapiens como
única manera de calmar mi malestar interior. De pronto, me imaginé sufriendo en
mi propia piel unos latigazos brutales que, más que hirientes, a la larga me
resultaban placenteros, y hasta redentores de una culpa que no me cabía en el
alma. Mi fantasía, imparable como casi siempre, también me llevó a recordar por
enésima vez nuestros rifirrafes sobre el tema de los azotes:
—¡Salvaje!, ¡insumisa! Porque no estás cerca de mí, que si no...
—¿Qué harías, AMO? ¿AMO-ratarme? AMOr-dazarme? ¿Azotarme?
—No lo dudes: de la venda en los ojos y los azotes no te libraría nadie.
—Jajajajajajajaja. ¿Ves las ventajas que tiene ser insumisa? ¡De menuda se ha
librado mi cuerpo!
—No entiendes nada: tu cuerpo no se ha librado de algo malo, se ha perdido
algo estupendo, que no es lo mismo...
Evoqué estos diálogos, junto a una frase relacionada con el dolor que me había
llegado a través de aquellos archivos: De todas las ventanas para comunicarte con tu
Amo, el dolor es por la que entra más luz. Ya es hora de que comiences a abrirla. De
repente, sentí unas ganas locas de abrir esa ventana para comunicarme con
Sapiens... A su vez, la necesidad de calmar el horrible malestar que me brotaba de
dentro me hizo presa de un impulso difícil de digerir con la razón. Porque sin ser
consciente de ello, me sorprendí con el cinturón en la mano y los pantalones
vaqueros desabrochados y bajados a la altura de los pies para, al instante siguiente
y como un niño torpe que hace equilibrios cuando empieza a andar, intentar
también manejar ese instrumento de cuero que me resultaba totalmente
desconocido, respecto de otras funciones que no fueran las de adornar mi cintura.
Para mi sorpresa intenté darme, como buenamente pude, algo parecido a unos
azotes entre la nalga y el muslo derecho. Los golpes fueron casi imperceptibles al
principio, pero no sé qué fuerza interior hizo que, pese a notar un escozor molesto,
y hasta una especie de quemazón dolorosa y picante, mi mano enloqueciera y no
pudiera dejar de manejar, cada vez con más ritmo y más fuerza, ese gusano que