Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 59

59 edificio, me dirigí al ascensor. Todavía estaba a tiempo de dar media vuelta, pero ya no quería retroceder. Llamé a la puerta casi sin darme cuenta. Me faltaba ya el aliento cuando apareció una joven muy hermosa: era realmente soberbia, debía de tener mi edad. Me sentía tan turbada y excitada, pues todo lo que tenía que hacer con Valérie se me antojaba ahora de lo más agradable, que olvidé desnudarla; ésa sería mi primera falta. Se desnudó ella misma, con gracia y naturalidad. Tenía un cuerpo tan perfecto que todos mis complejos afloraron de repente. Conozco mis imperfecciones. Pierre no pierde la oportunidad de criticarlas con crueldad cuando está furioso. Lo cierto es que, si no hubiera recibido la orden de lamerla, me habría abandonado de buena gana a sus caricias. Me resultaba difícil escapar a su abrazo. Me sentía torpe, indecisa, aturdida e incapaz de tomar la iniciativa, tal como me habían ordenado. Si no quería cometer el segundo error, tenía que reaccionar. Había empezado a besarle el sexo, suave, húmedo y delicadamente perfumado, cuando llamaron a la puerta. Valérie pareció extrañada ante aquella visita. Y entonces llegó mi cliente. Al verme de pronto reflejada en un espejo, comprendí por qué Pierre había insistido tanto en que me pusiera la ropa que llevaba: con aquellos tacones muy altos y finos, tenía real- mente el aspecto de una puta elegante que se dispone a recibir a su cliente. Allí estaba el hombre que pagaría por un placer que no íbamos a escatimarle. Me oí a mí misma reclamarle trescientos francos. El hombre - se llamaba Alain - era un cliente que utilizaba con asiduidad los servicios de las prostitutas, de modo que no me convenía arredrarme. Siguiendo las instrucciones de la cinta, me dispuse a desabrocharle el cinturón del pantalón con una sonrisa pícara. Cuando quedó desnudo, Valérie cogió el miembro del cliente entre sus delgados dedos. Lo masturbó despacio, rodeando con la palma de la mano el cilindro de carne y con movimientos muy hermosos, como si amasara un pastel. Me excitaba asistir a la erección de aquel miembro que crecía y se empinaba. Contemplaba, fascinada, el voluptuoso movimiento de las manos de Valérie cuando me embargó un repentino deseo de tocar aquella verga. Quería cogerla a mi vez entre los dedos para notar su contacto duro y ardiente y