Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 5
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los barcos que van a naufragar. Huelga decir que, las primeras veces, estos castigos
injustos me humillaron profundamente. Pero, de manera inexplicable, cuanto más se
repetían, tanto mayor era el extraño sentimiento que me embargaba, un sentimiento que
primero me inquietó, luego me asqueó y acabó por desestabilizarme con respecto a mi
padre, a quien no conseguía odiar. Hoy creo saber que en aquella época ya sentía el
orgullo que experimenta quien recibe las sevicias infligidas por un ser amado, cuando
cada golpe recibido puede interpretarse como una señal de interés, incluso de amor, por
parte del otro. De lo contrario, ¿por qué iban el padre o el amo a castigar, a azotar a su
vástago, a su esclava?
Por supuesto, aún lo ignoraba todo acerca de los placeres contradictorios que quien
golpea puede proporcionar a quien recibe los golpes, pues por entonces no era más que
una chiquilla asustada. Pero me oponía ya con todas mis fuerzas a aquello a lo que me
predisponía mi condición femenina: convertirme en la víctima de un hombre.
Si me resigné a mi suerte fue porque elegí ésta con absoluta libertad. Mi naturaleza
dista mucho de ser la de una guerrera, y no sé oponer crueldad a la violencia, así que,
para dominar a quienes me utilizaban, tuve que convertir la ofrenda de mi
sometimiento en algo místico y ambiguo.
Así es como viven las esclavas: son las únicas que guardan las llaves de los oscuros y
húmedos sótanos donde las fantasías eróticas de sus amos las elevan al rango de
divinidades.
1 - La revelación
Aunque no soy sentimental, quiero a mi Amo y no lo oculto. No podría ser más
inteligente, encantador y severo. Es cierto que, como todo amo que se respete, a veces se