Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 32

32 anonadada. Había gozado, alcanzada por una ráfaga de placer que nada habría podido posponer. Cuando, presa de una incontenible urgencia, pedí humildemente al Ama Maïté que mi autorizase a ir al baño, no obtuve sino una negativa seca y tajante. Muy confusa, advertí que depositaban un orinal pequeño en mitad de la sala, tras lo cual Pierre me ordenó que diera rienda suelta a mis necesidades delante de todos los invitados. No pude evitar que me invadiera el pánico Por más que estuviera dispuesta a exhibir mi cuerpo, a brindarlo para darle placer a m Amo o a domeñar el dolor para ser digna de él, la perspectiva de entregarme a una necesidad tan íntima me pareció inaceptable. La verdadera humillación consistía en eso: en mostrarme en esa postura degradante. Mientras me exhibían, me fustigaban, me penetraban o me sodomizaban, mi vanidad se sentía satisfecha porque yo suscitaba el deseo. Pero, al orinar delante de todos los mirones reunidos, no suscitaba el deseo de nadie. En ese preciso momento tomé conciencia del orgullo de la esclava, ese orgullo que la motiva y que, en consecuencia, lo explica y lo justifica todo. De hecho, el orgullo es el pilar sobre el que se sostienen los ritos del sadomasoquismo: el orgullo del amo por poseer una esclava bella y dócil, pero también el ilimitado orgullo de la esclava, que sabe que despierta en los amos, esos seres superiores y experimentados, los deseos más inconfesables y, por lo tanto, los que con menor frecuencia les es dado saciar. La ligera impaciencia que percibí en la atenta mirada de Pierre surtió al parecer un efecto inmediato sobre mi vejiga, que se vació instintivamente, como les sucede a esas Jóvenes perras atemorizadas que no pueden evitar orinarse cuando su amo las riñe o las amenaza. Meses antes, jamás habría podido imaginar algo así. Conseguí abstraerme de todos los testigos, cuyas miradas se clavaban en mi entrepierna. Cuando acabé de orinar, Maïté me ordenó que olisqueara la orina y la bebiera después. Trastornada por esta nueva prueba, me sentí al borde de las lágrimas. Sin atreverme a rebelarme, me puse a dar lengüetazos ya beber aquel líquido claro que aún estaba tibio. Para gran sorpresa mía, experimenté un innegable deleite al entregarme a este juego inesperado.