Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 18
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labios de la vulva, exactamente encima del clítoris. Todo mi cuerpo se balanceaba de
una manera obscena, atormentado por dos dolores distintos. Me sentía dividida entre el
deseo de que cesaran de una vez mis sufrimientos y el deseo de aumentar su intensidad
con mis balanceos para satisfacer a mi Amo y conseguir su perdón. Contemplé con
orgullo la rotación, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, de las pesas que
colgaban de mis pechos.
El dolor se volvía intolerable, pero sentí que me convertía en la espectadora de ese
dolor. Sufría, sí, pero dominaba el sufrimiento. El placer que nacía en mí de forma
insidiosa superaba el sufrimiento, lo estigmatizaba.
Así fue como experimenté por primera vez el placer, ese placer tan cerebral, de una
mujer sometida a un hombre que la obliga a sufrir. Me pareció que algo indefinible
tomaba el control de mi cerebro y ordenaba a mi cuerpo que gozara de aquel sufrimiento
fulgurante y magnificado por mi obediencia servil. Haber conseguido liberarme, y gozar
del dolor impuesto y deseado por el amo a quien había sido prestada como el objeto sin
valor en que me había convertido al negarme a la primera prueba, fue para mí una
revelación prodigiosa.
Con ánimo de expresar su satisfacción, el Amo Georges me señaló la cruz de san
Andrés, a la que me ataron con los brazos y las piernas tan separados que tuve la
sensación de que iban a descuartizarme. Pierre, como si de nuevo fuera digna de su
interés, se acercó entonces a mí. Me pareció leer en su mirada ese amor que a veces me
ofrece no sin cierta torpeza, pero que tanto sosiego me proporciona y que constituye mi
razón de ser. Tras armarse con sendos látigos largos, el Amo Georges y mi Amo
empezaron a flagelarme con tal vigor y a tal ritmo que los ojos se m salían de las
órbitas.
Para ahogar mis aullidos me mordí los labios con fuerza hasta que el sabor de mi
propia sangre me llenó toda la boca.
Me entregaba al castigo con una dicha casi mística y con la fe de quien vive su