Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 90

tocarme: fuera costumbre en el joven, fuera habilidad por parte del sátiro, en muy pocos minutos, la naturaleza vencida derramó en la boca de uno lo que salía del miembro del otro. Así es como ese libertino agotaba a los desdichados niños que tenía consigo, cuyo nombre no tardaremos en conocer; así es como los debilitaba, y ésta era la causa del estado de languidez en que los había encontrado. Veamos ahora qué hacía para poner a las mujeres en el mismo estado, y cuál era la auténtica razón del retiro en que tenía a la suya. El homenaje que me había rendido el conde había sido largo, pero sin la menor infidelidad al templo que había elegido para sí: ni sus manos, ni sus besos, ni sus deseos se apartaron de él un solo instante. Después de haber igualmente chupado al otro joven, y haber recogido y devorado de la misma manera su semen, me dijo, llevándome a un gabinete vecino, sin dejarme recoger mis ropas. —Ven, voy a mostrarte de qué se trata. No conseguí disimular mi turbación, fue espantoso; pero no había manera de hacer cambiar la cara a mi suerte, tenía que beber hasta la hez el cáliz que me habían ofrecido. Otros dos jóvenes de dieciséis años, no menos bellos ni exhaustos que los dos primeros que habíamos dejado en el salón, tejían un tapiz en aquel gabinete. Se levantaron cuando entramos. Narcisse —le dijo el conde a uno de ellos—, ésta es la nueva camarera de la condesa. Tengo que probarla, dame mis lancetas. Narcisse abre un armario, y saca inmediatamente de él todo lo necesario para sangrar. Dejo que vos misma penséis cómo me puse. Mi verdugo vio mi apuro, y se limitó a reírse. —Colócala, Zéphire —dijo el señor de Gernande al otro joven. Y aquel niño, al acercarse a mí, me dijo sonriendo: No tenga miedo, señorita, eso sólo puede hacerle bien. Póngase así. Se trataba de estar ligeramente apoyada sobre las rodillas, en el borde de un taburete colocado en el centro de la habitación, con los brazos atados por dos cintas colgadas del techo. Así que estoy colocada, el conde se me acerca, con la lanceta en la mano. Apenas respiraba, sus ojos soltaban chispas, su rostro daba miedo. Venda mis dos brazos, y en menos de un abrir y cerrar de ojos pincha los dos. Tan pronto como ve la sangre, lanza un grito acompañado de dos o tres blasfemias. Se sienta a seis pies, frente a mí. El ligero ropaje que le cubre no tarda en abrirse: Zéphire se arrodilla entre sus piernas, le chupa; y Narcisse, con los dos pies sobre el sillón de su amo, le presenta para mamar el mismo objeto que él ofrece a chupar al otro. Gernande agarraba los riñones de Zéphire, lo abrazaba, lo apretaba contra sí, pero lo abandonaba de vez en cuando para arrojarme unas miradas encendidas. Mientras tanto mi sangre manaba a grandes chorros y caía sobre dos cuencos blancos colocados debajo de mis brazos. No tardé en debilitarme. —¡Señor, señor! —exclamé—, tened piedad de mí, me mareo... Y me tambaleé; retenida por las cintas, no pude caer; pero como mis brazos se movían y mi cabeza flotaba sobre mis hombros, mi cara se inundó de sangre. El conde estaba en plena ebriedad... Sin embargo, no presencié el final de la operación, me desmayé antes de que llegara a buen fin; ¿es posible que sólo pudiera alcanzarlo viéndome en este estado, es posible que su éxtasis supremo dependiera de este cuadro de muerte? Sea como fuere, cuando recuperé el sentido, me encontré en una cama excelente y con dos viejas a mi lado. Así que me vieron con los ojos abiertos, me ofrecieron un caldo, y cada tres horas, durante dos días, sabrosas sopas. En aquel momento, el señor de Gernande me hizo decir que me levantara y que fuera a hablarle al mismo salón donde me había recibido al llegar. Me acompañaron allí: seguía estando un poco débil, pero por lo demás bastante bien; llegué. —Thérèse —me dijo el conde, haciéndome sentar—, repetiré muy pocas veces pruebas semejantes contigo; tu persona me es útil para otros menesteres; pero era esencial que te hiciera conocer mis gustos y la manera como acabarás un día en esta casa, si me traicionas, si desgraciadamente te dejas sobornar por