Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 82
Nadie le había dicho todavía una palabra. Nuestros cuatro libertinos, un instante en éxtasis ante tantos
encantos, sólo tuvieron fuerza para admirarlos. El imperio de la belleza obliga al respeto; a pesar de su
corazón, el malvado más corrompido le rinde una especie de culto que jamás infringe sin remordimientos;
pero unos monstruos como los que tratábamos languidecen poco debajo de tales frenos.
Vamos, bella criatura —dijo el superior atrayéndola con impudor hacia el sillón en el que se hallaba
sentado—, vamos, muéstranos si el resto de tus encantos responde a los que la naturaleza ha colocado con
tanta abundancia en tu fisonomía.
Y como la hermosa muchacha se turbaba y se sonrojaba, e intentaba alejarse, Severino, agarrándola
bruscamente por el cuerpo, le dijo:
—Comprende, mi pequeña e ingenua Agnès, que lo que quiero decirte es que te desnudes
inmediatamente. Y el libertino, con estas palabras, le mete una mano debajo de las faldas sosteniéndola
con la otra; se acerca Clément, arremanga hasta encima de los riñones las ropas de Octavie, y expone, con
este gesto, los atractivos más dulces y más apetitosos que sea posible ver; Severino, que toca, pero que no
ve, se agacha para mirar, y ya los tenemos a los cuatro de acuerdo en que jamás han visto nada tan
hermoso. Sin embargo, la modesta Octavie, poco acostumbrada a semejantes ultrajes, derrama lágrimas y
se defiende:
—Desnudémosla, desnudémosla dice Antonin—, es imposible ver algo semejante.
Ayuda a Severino, y al instante los encantos de la joven aparecen ante nuestros ojos, sin velo. Jamás hubo
sin duda una piel más blanca, jamás unas formas tan afortunadas... ¡Dios, qué crimen!... ¡Tanta belleza,
tanta frescura, tanta inocencia y tanta delicadeza tenían que convertirse en la presa de aquellos bárbaros!
Octavie, avergonzada, no sabe dónde escapar para ocultar sus encantos, por doquier sólo encuentra unos
ojos que los devoran, unas manos brutales que los manosean; se forma un corro alrededor de ella, y, al
igual que yo había hecho, lo recorre en todos los sentidos. El brutal Antonin no tiene H