Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 79

—¿Podríais explicármelo? —No, ahí está nuestro secreto; pero todo cuanto puedo asegurarte es que, discreta o no, te será absolutamente imposible, cuando estés fuera de aquí, decir una sola palabra sobre lo que ocurre. De modo que ya ves, Thérèse, no te recomiendo ninguna discreción; una política forzosa no encadena en absoluto mis deseos... Y, con estas palabras, el fraile se durmió. A partir de ese instante ya me resultó imposible dejar de ver que las medidas más violentas se tomaban con las desdichadas despedidas y que la terrible seguridad de que se vanagloriaba sólo era el fruto de su muerte. Me afiancé más que nunca en mi decisión; no tardaremos en ver el efecto. Así que Clément se durmió, Armande se acercó a mí. —No tardará en despertarse enfurecido —me dijo—; la naturaleza sólo adormece sus sentidos para otorgarles, después de un poco de reposo, una energía mucho mayor; una escena más, y quedaremos tranquilas hasta mañana. —Pero —le dije a mi compañera— ¿tú no duermes unos instantes? —¿Puedo hacerlo? —me contestó Armande—, si no velara de pie alrededor de su cama, y mi negligencia fuera descubierta, sería capaz de apuñalarme. —¡Cielos! —exclamé—. ¡Cómo! Incluso durmiendo, ¿este malvado quiere que lo que le rodea siga sufriendo? —Sí —me contestó mi compañera—, la barbarie de esta idea es lo que le proporciona el furioso despertar que vas a ver. En eso es como aquellos escritores perversos cuya corrupción es tan peligrosa, tan activa, que sólo tienen por objetivo, al imprimir sus espantosos sistemas, extender más allá de su vida la suma de sus crímenes. Ya no pueden cometer más, pero sus malditos escritos harán cometerlos, y esta dulce idea que se llevan a la tumba les consuela de la obligación en que les pone la muerte de renunciar al mal. —¡Qué monstruos! —exclamé. Armande, que era una criatura muy dulce, me besó derramando unas cuantas lágrimas, y después comenzó a pasear alrededor de la cama de aquel desalmado. En efecto, al cabo de dos horas el monje se despertó con una prodigiosa agitación, y me tomó con tanta fuerza que creí que iba a ahogarme. Su respiración era viva y jadeante, sus ojos brillaban, pronunciaba sin parar palabras que no eran más que blasfemias o invectivas libertinas. Llama a Armande, le pide las varas, y vuelve a fustigarnos a las dos, pero de una manera aún mas vigorosa de como lo había hecho antes de dormirse. Tenía el aspecto de querer terminar conmigo; y