Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 29
maldad y de libertinaje en la mente, no estaba dotado precisamente de una gran dosis de conmiseración.
Por desgracia es muy común ver cómo el libertinaje ahoga la piedad en el hombre y habitualmente sólo
sirve para endurecerlo: sea porque la mayor parte de sus extravíos necesita la apatía del alma, sea porque
la violenta sacudida que esta pasión imprime a la masa de los nervios disminuye la fuerza de su acción, la
verdad es que un libertino rara vez es un hombre sensible. Pero a esta dureza, natural en la clase de
personas cuyo carácter esbozo, se unía además en el señor de Bressac una repugnancia tan inveterada por
nuestro sexo, un odio tan fuerte por todo lo que lo caracterizaba, que era muy difícil que yo consiguiera
introducir en su alma los sentimientos con los que quería conmoverla.
—Tórtola del bosque —me dijo el conde con dureza—, si buscas víctimas, has elegido mal: ni mi amigo
ni yo sacrificamos jamás en el templo impuro de tu sexo. Si es limosna lo que pides, busca personas que
amen las buenas obras, nosotros jamás las hacemos de ese tipo... Pero habla, miserable, ¿has visto lo que
ha ocurrido entre el señor y yo?
—Os he visto charlar sobre la hierba —contesté—, nada más, señor, os lo aseguro.
—Por tu bien, quiero creerlo —dijo el joven conde—. Si imaginara que podías haber visto otra cosa,
jamás saldrías de este matorral... Jasmín, es pronto, tenemos tiempo de escuchar las aventuras de esta
joven, y después veremos lo que hay que hacer. Se sientan, me ordenan que me coloque cerca de ellos, y
ahí les relato con ingenuidad todas las desdichas que me abruman desde que estoy en el mundo.
—Vamos, Jasmín —dice el señor de Bressac levantándose cuando hube terminado—, seamos justos por
una vez. Si la equitativa Temis ha condenado a esta criatura, no tolerem