Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 104
totalmente desprovisto de energía: ocurre lo contrario con las almas fuertes, que, mucho mejor
complacidas con los choques vigorosos impresos sobre lo que las rodea de lo que lo estarían por las
impresiones delicadas percibidas por esos mismos seres que existen a su alrededor, prefieren
inevitablemente, a partir de esta constitución, lo que afecta a los demás en sentido doloroso a lo que sólo
los conmovería de una manera más dulce. Esta es la única diferencia entre las personas crueles y las
personas bondadosas; unas y otras están dotadas de sensibilidad, pero cada cual a su manera. Yo no niego
que existan goces en ambas clases, pero sostengo, al igual que, sin duda, muchos filósofos, que los del
individuo constituido de la manera más vigorosa serán incontestablemente más vivos que todos los de su
adversario; y una vez establecidos estos sistemas, puede y debe encontrarse un tipo de hombres que
encuentre tanto placer en todo lo que inspira la crueldad como los otros lo saborean en la beneficencia.
Pero estos serán unos placeres suaves, y los otros unos placeres muy vivos: los primeros serán los más
seguros, los más auténticos sin duda, ya que caracterizan las inclinaciones de todos los hombres todavía
en la cuna de la naturaleza, y de los mismos niños, antes de que hayan conocido el dominio de la
civilización; los otros sólo serán el efecto de esta civilización, y por tanto unas voluptuosidades engañosas
y sin ninguna finura. Por otra parte, hija mía, como estamos aquí menos para filosofar que para consolidar
una determinación, sé tan amable como para darme tu última palabra... ¿Aceptas, o no, el encargo que te
propongo?
—Con toda seguridad lo rechazo, señor —respondí levantándome—... Soy muy pobre... ¡oh, sí, muy
pobre, señor!; pero, más rica por los sentimientos de mi corazón que por todos los dones de la Fortuna,
jamás sacrificaré los primeros para poseer los otros: sabré morir en la indigencia, pero no traicionaré la
virtud.
—Vete —me dijo fríamente aquel hombre detestable—, y sobre todo que no tenga que temer
indiscreciones tuyas: no tardarías en ir a dar a un lugar donde ya no tendría que temerlas.
Nada estimula tanto la virtud como los temores del vicio: mucho menos tímida de lo que habría supuesto,
me atreví, prometiéndole que no tendría nada que temer de mí, a recordarle el robo que me había hecho
en el bosque de Bondy, y contarle que, en la circunstancia en que me hallaba, ese dinero me resultaba
indispensable. Entonces el monstruo me contestó duramente que sólo de mí dependía ganarlo, y que me
negaba a ello.
—No, señor —contesté con firmeza, os lo repito, moriré mil veces antes que salvar mis días a este precio.
Y yo —dijo Saint—Florent no hay nada que no prefiriera a la pena de dar mi dinero sin que se lo ganen:
pese al rechazo que has tenido la insolencia de darme, quiero pasar todavía un cuarto de hora contigo.
Vamos, pues, al tocador, y unos instantes de obediencia pondrán tus fondos en una mejor situación.
—Tengo tan pocas ganas de servir a vuestros excesos en un sentido como en otro, señor —repliqué
altivamente—: no es caridad lo que os pido, hombre cruel; no