I. LOS AMANTES DE ROISSY
Un día, su amante lleva a O a dar un paseo por un lugar al que no van nunca, el parque
Montsouris y el parque Monceau. Junto a un ángulo del parque, en la esquina de una calle en la
que no hay estación de taxis, después de pasear por el parque y de haberse sentado al borde del
césped, ven un coche con contador, parecido a un taxi.
—Sube —le dice él.
Ella sube al taxi. Está anocheciendo y es otoño. Ella viste como siempre: zapatos de tacón
alto, traje de chaqueta con falda plisada, blusa de seda y sombrero. Pero lleva guantes largos
que le cubren las bocamangas y, en su bolso de piel, sus docu mentos, la polvera y la barra
de labios. El taxi arranca suavemente sin que el hombre haya dicho una sola palabra al
conductor. Pero baja las cortinillas a derecha e izquierda y también detrás; ella se quita los
guantes, pensando que él va a abrazarla o que quiere que le acaricie. Pero él le dice:
—El bolso te estorba. Dámelo. —Ella se lo da. El hombre lo deja lejos de su alcance y añade
—: Estás demasiado vestida. Desabróchate las ligas y bájate las medias hasta encima de las
rodillas. Ponte estas ligas redondas.
Ella siente cierto apuro, el taxi va más aprisa y teme que el conductor vuelva la cabeza. Por
fin, las medias quedan arrolladas. Le produce una sensación de incomodidad el sentir las
piernas desnudas bajo la seda de la combinación. Además, las ligas sueltas le resbalan.
—Quítate el liguero y el slip.
Esto es fácil. Basta pasar las manos por detrás de los riñones y levantarse un poco. Él
guarda el liguero y el slip en el bolsillo y le dice:
—No debes sentarte sobre la combinación y la falda. Levántalas y siéntate con la carne