Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 94

—Pero el Audi… —Anastasia, ¿tienes idea del dinero que gano? Me ruborizo. —¿Por qué debería saberlo? No tengo por qué saber las cifras de tu cuenta bancaria, Christian. Su mirada se dulcifica. —Lo sé. Esa es una de las cosas que adoro de ti. Me lo quedo mirando, sorprendida. ¿Que adora de mí? —Anastasia, yo gano unos cien mil dólares a la hora. Abro la boca. Eso es una cantidad de dinero obscena. —Veinticuatro mil dólares no es nada. El coche, los libros de Tess, la ropa, no son nada. Su tono es dulce. Le observo. Realmente no tiene ni idea. Es extraordinario. —Si fueras yo, ¿cómo te sentirías si te obsequiaran con toda esta… generosidad? Me mira inexpresivo y ahí está, en pocas palabras, la raíz de su problema: empatía o carencia de la misma. Entre nosotros se hace el silencio. Al final, se encoge de hombros. —No sé —dice, y parece sinceramente perplejo. Se me encoge el corazón. Este es, seguramente, el quid de sus cincuenta sombras: no puede ponerse en mi lugar. Bien, ahora lo sé. —Pues no es agradable. Quiero decir… que eres muy generoso, pero me incomoda. Ya te lo he dicho muchas veces. Suspira. —Yo quiero darte el mundo entero, Anastasia. —Yo solo te quiero a ti, Christian. Lo demás me sobra. —Es parte del trato. Parte de lo que soy. Ah, esto no va a ninguna parte. —¿Comemos? —pregunto. La tensión entre los dos es agotadora. Tuerce el gesto. —Claro. —Cocino yo. —Bien. Si no, hay comida en la nevera. —¿La señora Jones libra los fines de semana? ¿O sea que la mayoría de los fines de semana comes platos fríos? —No. —¿Ah, no? Suspira.