Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 34
a mí no me gusta la oscuridad? Cierta oscuridad, en ciertos momentos. Recuerdos de la
noche de Thomas Tallis vagan sugerentes por mi mente.
—¿Y los castigos?
—Nada de castigos —Niega con la cabeza—. Ni uno.
—¿Y las normas?
—Nada de normas.
—¿Ninguna? Pero tú necesitas ciertas cosas.
—Te necesito más a ti, Anastasia. Estos últimos días han sido infernales.
Todos mis instintos me dicen que te deje marchar, que no te merezco.
»Esas fotos que te hizo ese chico… comprendo cómo te ve. Estás tan guapa
y se te ve tan relajada… No es que ahora no estés preciosa, pero estás aquí sentada y
veo tu dolor. Es duro saber que he sido yo quien te ha hecho sentir así.
»Pero yo soy un hombre egoísta. Te deseé desde que apareciste en mi
despacho. Eres exquisita, sincera, cálida, fuerte, lista, seductoramente inocente; la lista
es infinita. Me tienes cautivado. Te deseo, e imaginar que te posea otro es como si un
cuchillo hurgara en mi alma oscura.
Se me seca la boca. Dios… Si esto no es una declaración de amor, no sé
qué es. Y las palabras surgen a borbotones de mi boca, como de una presa que
revienta.
—Christian, ¿por qué piensas que tienes un alma oscura? Yo nunca lo diría.
Triste quizá, pero eres un buen hombre. Lo noto… eres generoso, eres amable, y nunca
me has mentido. Y yo no lo he intentado realmente en serio.
»El sábado pasado fue una terrible conmoción para todo mi ser. Fue como
si sonara la alarma y despertara: me di cuenta de que hasta entonces tú habías sido
condescendiente conmigo y de que yo no podía ser la persona que tú querías que fuera.
Luego, después de marcharme, caí en la cuenta de que el daño que me habías infligido
no era tan malo como el dolor de perderte. Yo quiero complacerte, pero es duro.
—Tú me complaces siempre —susurra—. ¿Cuántas veces tengo que
decírtelo?
—Nunca sé qué estás pensando. A veces te cierras tanto… como una isla.
Me intimidas. Por eso me callo. No sé de qué humor vas a estar. Pasas del negro al
blanco y de nuevo al negro en una fracción de segundo. Eso me confunde, y no me
dejas tocarte, y yo tengo un inmenso deseo de demostrarte cuánto te quiero.
Él me mira en la oscuridad y parpadea, con recelo creo, y ya no soy capaz
de contenerme más. Me desabrocho el cinturón y me coloco en su regazo, por sorpresa,
y le cojo la cabeza con ambas manos.
—Te quiero, Christian Grey. Y tú estás dispuesto a hacer todo esto por mí.
Soy yo quien no lo merece, y lo único que lamento es no poder hacer todas esas cosas
por ti. A lo mejor, con el tiempo… pero sí, acepto tu proposición. ¿Dónde firmo?
Él desliza sus brazos a mi alrededor y me estrecha contra sí.