Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 293

este hombre, mi hombre, mi Cincuenta Sombras. De repente se revuelve, cogiéndome totalmente por sorpresa, y estoy encima de él. Uau. —Tú… tómame tú —murmura, y sus ojos brillan con intensidad febril. Ah… Despacio, muy despacio, me hundo en él. Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos y gruñe. Le sujeto las manos y empiezo a moverme, gozando de la plenitud de mi posesión, gozando de su reacción, viendo cómo se destensa debajo de mí. Me siento como una diosa. Me inclino y le beso la barbilla, deslizando los dientes a lo largo de la barba incipiente de su mandíbula. Su sabor es delicioso. Él se agarra a mis caderas y ralentiza mi ritmo, haciéndolo lento y pausado. —Ana, tócame… por favor. Oh. Me inclino hacia delante y me apoyo con las manos sobre su pecho. Y él grita, y su grito es como un sollozo que penetra con fuerza en mi interior. —Aaah —gimoteo, y paso las uñas con delicadeza sobre su torso, a través del vello, y él gruñe fuerte y se revuelve bruscamente, de manera que vuelvo a estar debajo. —Basta —gime—. No más, por favor. Es una súplica desgarradora. Le cojo la cara entre las manos, noto la humedad de sus mejillas, y le atraigo con mi fuerza hacia mis labios para poder besarle. Y luego me aferro a él con mis manos en su espalda. De su garganta surge un gruñido ronco y profundo mientras se mueve en mi interior, empujándome adelante y atrás, pero no consigo dejarme ir. Tengo demasiadas cosas en la cabeza que me confunden. Estoy demasiado ofuscada con él. —Déjate ir, Ana —me apremia. —No. —Sí —gruñe. Se mueve ligeramente y gira las caderas, una y otra vez. ¡Dios… ahhh! —Vamos, nena, lo necesito. Dámelo. Y estallo, mi cuerpo es esclavo del suyo, envuelto en torno a él, aferrado a él como la hiedra, mientras él grita mi nombre y alcanza el clímax conmigo, y luego se derrumba, con todo su peso presionándome contra el colchón. *** Acuno a Christian en mis brazos, con su cabeza descansando en mi pecho, mientras yacemos saboreando los rescoldos de la pasión amorosa. Le paso los dedos por el cabello y escucho cómo su respiración vuelve a la normalidad. —No me dejes nunca —murmura. Yo pongo los ojos en blanco, consciente de que no puede verme. —Sé que me has puesto los ojos en blanco —susurra, y capto un deje divertido en su voz.