Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 285
—No, tienes que comer. Vamos. —El dominante Christian ha vuelto, lo
cual resulta un alivio.
Me lleva a un taburete de la barra en la zona de la cocina, y luego se acerca
a la nevera. Consulto el reloj: son casi las once y media, y tengo que levantarme pronto
para ir a trabajar.
—Christian, la verdad es que no tengo hambre.
Él no hace caso y rebusca en el enorme frigorífico.
—¿Queso? —pregunta.
—A esta hora, no.
—¿Galletitas saladas?
—¿De la nevera? No —replico.
Él se da la vuelta y me sonríe.
—¿No te gustan las galletitas saladas?
—A las once y media no, Christian. Me voy a la cama. Tú si quieres puede
pasarte el resto de la noche rebuscando en la nevera. Yo estoy cansada, y he tenido un
día de lo más intenso. Un día que me gustaría olvidar.
Bajo del taburete y él me pone mala cara, pero ahora mismo no me importa.
Quiero irme a la cama; estoy exhausta.
—¿Macarrones con queso?
Levanta un bol pequeño tapado con papel de aluminio, con una expresión
esperanzada que resulta entrañable.
—¿A ti te gustan los macarrones con queso? —pregunto.
Él asiente entusiasmado, y se me derrite el corazón. De pronto parece muy
joven. ¿Quién lo habría dicho? A Christian Grey le gusta la comida de menú infantil.
—¿Quieres un poco? —pregunta esperanzado.
Soy incapaz de resistirme a él, y además tengo mucha hambre.
Asiento y le dedico una débil sonrisa. Su cara de satisfacción resulta
fascinante. Retira el papel de aluminio del bol y lo mete en el microondas. Vuelvo a
sentarme en el taburete y contemplo la hermosa estampa del señor Grey —el hombre
que quiere casarse conmigo— moviéndose con elegante soltura por su cocina.
—¿Así que sabes utilizar el microondas? —le digo en un suave tono burlón.
—Suelo ser capaz de cocinar algo, siempre que venga envasado. Con lo
que tengo problemas es con la comida de verdad.
No puedo creer que este sea el mismo hombre que estaba de rodillas ante
mí hace menos de media hora. Es su carácter voluble habitual. Coloca platos, cubiertos
y manteles individuales sobre la barra del desayuno.
—Es muy tarde —comento.
—No vayas a trabajar mañana.
—He de ir a trabajar mañana. Mi jefe se marcha a Nueva York.
Christian frunce el ceño.