Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 283
ser. Me muerdo el labio para evitar que se convierta en una estruendosa carcajada
histérica, pero fracaso estrepitosamente. Me tumbo de espaldas en el suelo y me rindo
a ese incontrolable ataque de risa, riéndome como si no me hubiera reído nunca, con
unas carcajadas tremendas, curativas, catárticas.
Y durante un momento estoy completamente sola, observando desde lo alto
esta situación absurda: una chica presa de un ataque de risa junto a un chico guapísimo
con problemas emocionales. Y cuando mi risa me hace derramar lágrimas abrasadoras,
me tapo los ojos con el brazo. No, no… esto es demasiado.
Cuando la histeria remite, Christian me aparta el brazo de la cara con
delicadeza. Yo levanto la vista y le miro.
Él se inclina sobre mí. En su boca se dibuja la ironía, pero sus ojos grises
arden, quizá dolidos. Oh, no.
Usando los nudillos, me seca cuidadosamente una lágrima perdida.
—¿Mi proposición le hace gracia, señorita Steele?
¡Oh, Cincuenta! Alargo la mano y le acaricio la mejilla con cariño,
deleitándome en el tacto de su barba incipiente bajo mis dedos. Dios, amo a este
hombre.
—Señor Grey… Christian. Tu sentido de la oportunidad es sin duda…
Cuando me fallan las palabras, le miro.
Él sonríe, pero las arrugas en torno a sus ojos revelan su consternación. La
situación se torna grave.
—Eso me ha dolido en el alma, Ana. ¿Te casarás conmigo?
Me siento, apoyo las manos en sus rodillas y me inclino sobre él. Miro
fijamente su adorable rostro.
—Christian, me he encontrado a la loca de tu ex con una pistola, me han
echado de mi propio apartamento, me ha caído encima la bomba Cincuenta…
Él abre la boca para hablar, pero yo levanto una mano. Y, obedientemente,
la cierra.
—Acabas de revelarme una información sobre ti mismo que, francamente,
resulta bastante impactante, y ahora me has pedido que me case contigo.
Él mueve la cabeza a un lado y a otro, como si analizara los hechos. Parece
divertido. Gracias a Dios.
—Sí, creo que es un resumen bastante adecuado de la situación —dice con
sequedad.
—¿Y qué pasó con lo de aplazar la gratificación?
—Lo he superado, y ahora soy un firme defensor de la gratificación
inmediata. Carpe diem, Ana —susurra.
—Mira, Christian, hace muy poco que te conozco y necesito saber mucho
más de ti. He bebido demasiado, estoy hambrienta y cansada y quiero irme a la cama.
Tengo que considerar tu proposición, del mismo modo que consideré el contrato que