Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 24

profundamente al sentir el tacto de sus dedos. —Yo quiero que te relajes conmigo —susurra. Ha desaparecido cualquier rastro de broma. Vuelvo a sentir un aleteo de felicidad interior. Pero ¿cómo puede ser esto? Creo que tenemos problemas. —Si quieres eso, tienes que dejar de intimidarme —replico. —Tú tienes que aprender a expresarte y a decirme cómo te sientes — replica a su vez con los ojos centelleantes. Suspiro. —Christian, tú me querías sumisa. Ahí está el problema. En la definición de sumisa… me lo dijiste una vez en un correo electrónico. —Hago una pausa para tratar de recordar las palabras—. Me parece que los sinónimos eran, y cito: «obediente, complaciente, humilde, pasiva, resignada, paciente, dócil, contenida». No debía mirarte. Ni hablarte a menos que me dieras permiso. ¿Qué esperabas? —digo entre dientes. Continúo, y él frunce aún más el ceño. —Estar contigo es muy desconcertante. No quieres que te desafíe, pero después te gusta mi «lengua viperina». Exiges obediencia, menos cuando no la quieres, para así poder castigarme. Cuando estoy contigo nunca sé a qué atenerme, sencillamente. Entorna los ojos. —Bien expresado, señorita Steele, como siempre. —Su voz es gélida—. Venga, vamos a comer. —Solo hace media hora que hemos llegado. —Ya has visto las fotos, ya has hablado con el chico. —Se llama José. —Has hablado con José… ese hombre que la última vez que le vi intentaba meterte la lengua en la boca a la fuerza cuando estabas borracha y mareada —gru ñe. —Él nunca me ha pegado —le replico. Christian me mira enfadado, la ira saliéndole por todos los poros. —Esto es un golpe bajo, Anastasia —me susurra, amenazante. Me pongo pálida, y Christian, crispado de rabia apenas contenida, se pasa las manos por el pelo. Le sostengo la mirada. —Te llevo a comer algo. Parece que estés a punto de desmayarte. Busca a ese chico y despídete. —¿Podemos quedarnos un rato más, por favor? —No. Ve… ahora… a despedirte. Me hierve la sangre y le miro fijamente. Señor Maldito Obseso del Control. La ira es buena. La ira es mejor que los lloriqueos. Desvío la mirada despacio y recorro la sala en busca de José. Está