Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 164
resultado de tanto sexo, y de bailar y andar todo el día por ahí con unos carísimos
zapatos de tacón alto. Salgo a rastras de la cama y voy hacia el suntuoso cuarto de baño
totalmente equipado, mientras repaso mentalmente los acontecimientos del día anterior.
Cuando salgo, me pongo uno de los extraordinariamente sedosos albornoces que están
colgados en una barra dorada del baño.
Leila, la chica que se parece a mí: esa es la imagen más perturbadora que
suscita todo tipo de conjeturas en mi cerebro, eso y su fantasmagórica presencia en el
dormitorio de Christian. ¿Qué buscaba? ¿A mí? ¿A Christian? ¿Para hacer qué? ¿Y por
qué diablos ha destrozado mi coche?
Christian dijo que me proporcionaría otro Audi, como el de todas sus
sumisas. No me gusta esa idea. Pero, como fui tan generosa con el dinero que él me
dio, ya no puedo hacer nada.
Entro en el salón principal de la suite: ni rastro de Christian. Finalmente le
localizo en el comedor. Me siento a la mesa, agradeciendo el impresionante desayuno
que tengo delante. Christian está leyendo los periódicos del domingo y bebiendo café.
Ya ha terminado de desayunar. Me sonríe.
—Come. Hoy necesitas estar fuerte —bromea.
—¿Y eso por qué? ¿Vas a encerrarme en el dormitorio?
La diosa que llevo dentro se despierta bruscamente, desaliñada y con pinta
de acabar de practicar sexo.
—Por atractiva que resulte la idea, tenía pensado salir hoy. A tomar un
poco el aire.
—¿No es peligroso? —pregunto en tono ingenuo, intentando que mi voz no
suene irónica, sin conseguirlo.
Christian cambia de cara y su boca se convierte en una fina línea.
—El sitio al que vamos, no. Y este asunto no es para tomárselo en broma
—añade con severidad, entornando los ojos.
Me ruborizo y bajo la vista a mi desayuno. Después de todo lo que pasó
ayer y de lo tarde que nos acostamos, no tengo ganas ahora de que me riñan. Me como
el desayuno en silencio y de mal humor.
Mi subconsciente me mira y menea la cabeza. Cincuenta no bromea con mi
seguridad; a estas alturas ya debería saberlo. Tengo ganas de mirarle con los ojos en
blanco para hacerle ver que está exagerando pero me contengo.
De acuerdo, estoy cansada y molesta. Ayer tuve un día muy largo y he
dormido poco. Y además, ¿por qué él tiene que estar fresco como una rosa? La vida es
tan injusta…
Llaman a la puerta.
—Esa será la doctora —masculla Christian, y es evidente que sigue
ofendido por mi irónico comentario.
Se levanta bruscamente de la mesa.