Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 151
desnuda y me baja la cremallera.
—No, no quiero que la policía esté involucrada en esto. Leila necesita
ayuda, no la intervención de la policía, y yo no les quiero por aquí. Simplemente
hemos de redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla.
Se inclina y me planta un beso cariñoso en el hombro.
—Acuéstate —ordena, y luego se va.
Me tumbo y miro al techo, esperando a que vuelva. Cuántas cosas han
pasado hoy, hay tanto que procesar… ¿Por dónde empiezo?
Me despierto de golpe, desorientada. ¿Me he quedado dormida? Parpadeo
al mirar hacia la tenue luz del pasillo que se filtra a través de la puerta entreabierta del
dormitorio, y observo que Christian no está conmigo. ¿Dónde está? Levanto la vista.
Plantada, a los pies de la cama, hay una sombra. ¿Una mujer, quizá? ¿Vestida de negro?
Es difícil de decir.
Aturdida, alargo la mano y enciendo la luz de la mesita, y me doy
rápidamente la vuelta para mirar, pero allí no hay nadie. Meneo la cabeza. ¿Lo he
imaginado? ¿Soñado?
Me siento y miro alrededor de la habitación, dominada por una sensación
de intranquilidad vaga e insistente… pero estoy sola.
Me froto los ojos. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Christian? Miro el
despertador: son las dos y cuarto de la madrugada.
Salgo aún aturdida de la cama y voy a buscarle, desconcertada por mi
imaginación hiperactiva. Ahora veo cosas. Debe de ser la reacción a los
espectaculares acontecimientos de la velada.
El salón está vacío, y solo hay encendida una de las tres lámparas
pendulares sobre la barra del desayuno. Pero la puerta de su estudio está entreabierta y
le oigo hablar por teléfono.
—No sé por qué me llamas a estas horas. No tengo nada qué decirte…
Bueno, pues dímelo ahora. No tienes por qué dejar una nota.
Me quedo parada en la puerta, escuchando con cierto sentimiento de culpa.
¿Con quién habla?
—No, escúchame tú. Te lo pedí y ahora te lo advierto. Déjala tranquila.
Ella no tiene nada que ver contigo. ¿Lo entiendes?
Suena beligerante y enfadado. No sé si llamar a la puerta.
—Ya lo sé. Pero lo digo en serio, Elena, joder. Déjala en paz. ¿Lo quieres
por triplicado? ¿Me oyes?… Bien. Buenas noches.
Cuelga de golpe el teléfono del escritorio.
Oh, maldita sea. Llamo discretamente a la puerta.
—¿Qué? —gruñe, y me dan ganas de correr a esconderme.
Se sienta a su escritorio con la cabeza entre las manos. Alza la vista con
expresión feroz, pero al verme dulcifica el gesto enseguida. Tiene los ojos muy