Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 133
—Doce —murmura en voz baja y ronca.
Vuelve a acariciarme el trasero, baja la mano hasta mi sexo y hunde
lentamente dos dedos en mi interior, y los mueve en círculo, una y otra y otra vez,
torturándome.
Lanzo un gruñido cuando siento que mi cuerpo me domina, y llego al
clímax, y luego otra vez, convulsionándome alrededor de sus dedos. Es tan intenso,
inesperado y rápido…
—Muy bien, nena —musita satisfecho.
Me desata las muñecas, manteniendo los dedos dentro de mí mientras sigo
tumbada sobre él, jadeando, agotada.
—Aún no he acabado contigo, Anastasia —dice, y se mueve sin retirar los
dedos.
Desliza mis rodillas hasta el suelo, de manera que ahora estoy inclinada y
apoyada sobre la cama. Se arrodilla en el suelo detrás de mí y se baja la cremallera.
Saca los dedos de mi interior, y escucho el familiar sonido cuando rasga el paquetito
plateado.
—Abre las piernas —gruñe, y yo obedezco.
Y, de un golpe, me penetra por detrás.
—Esto va a ser rápido, nena —murmura, y, sujetándome las caderas, sale
de mi interior y vuelve a entrar con ímpetu.
—Ah —grito, pero la plenitud es celestial.
Impacta directamente contra el vientre dolorido, una y otra vez, y lo alivia
con cada embestida dura y dulce. La sensación es alucinante, justo lo que necesito. Y
me echo hacia atrás para unirme a él en cada embate.
—Ana, no —resopla, e intenta inmovilizarme.
Pero yo le deseo tanto que me acoplo a él en cada embestida.
—Mierda, Ana —sisea cuando se corre, y el atormentado sonido me lanza
de nuevo a una espiral de orgasmo sanador, que sigue y sigue, haciendo que me
retuerza y dejándome exhausta y sin respiración.
Christian se inclina, me besa el hombro y luego sale de mí. Me rodea con
sus brazos, apoya la cabeza en mitad de mi espalda, y nos quedamos así, los dos
arrodillados junto a la cama. ¿Cuánto? ¿Segundos? Minutos incluso, hasta que se calma
nuestra respiración. El dolor en el vientre ha desaparecido, y lo que siento es una
serenidad satisfecha y placentera.
Christian se mueve y me besa la espalda.
—Creo que me debe usted un baile, señorita Steele —musita.
—Mmm —contesto, saboreando la ausencia de dolor y regodeándome en
esa sensación.
Él se sienta sobre los talones y tira de mí para colocarme en su regazo.
—No tenemos mucho tiempo. Vamos.