Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 120

que atiborran el espacio que tengo asignado en la mesa. Nuestro camarero ha vuelto, y nos ofrece vino y agua. A mis espaldas, están cerrando los faldones de la carpa por donde hemos entrado, mientras que, en la parte delantera, dos miembros del servicio retiran la lona para revelar antes nuestros ojos la puesta de sol sobre Seattle y la bahía Meydenbauer. La vista es absolutamente impresionante, con las luces centelleantes de Seattle a lo lejos y la calma anaranjada y crepuscular de la bahía reflejando el cielo opalino. Qué maravilla. Resulta tan tranquilo y relajante… Diez camareros, llevando cada uno una bandeja, se colocan de pie entre los asientos. Acto seguido, cada uno va sirviendo los entrantes en silencio y con una sincronización total, y luego desaparece. El salmón tiene un aspecto delicioso, y me doy cuenta de que estoy hambrienta. —¿Tienes hambre? —musita Christian para que solo pueda oírle yo. Sé que no se refiere a la comida, y los músculos del fondo de mi vientre responden. —Mucha —susurro, y le miro desafiante. Christian separa los labios e inspira. ¡Ja! ¿Lo ves? Yo también sé jugar a este juego. El abuelo de Christian enseguida me da conversación. Es un anciano encantador, muy orgulloso de su hija y de sus tres nietos. Me resulta extraño pensar en Christian de niño. El recuerdo de las cicatrices de sus quemaduras me viene repentinamente a la mente, pero lo desecho de inmediato. Ahora no quiero pensar en eso, aunque sea el auténtico motivo de esta velada, por irónico que resulte. Ojalá Kate estuviera aquí con Elliot. Ella encajaría muy bien: si Kate tuviera delante esta gran cantidad de tenedores y cuchillos no se amilanaría… y además, tomaría el mando de la mesa. Me la imagino discutiendo con Mia sobre quién debería presidir la mesa, y esa imagen me hace sonreír. La conversación fluye agradablemente entre los comensales. Mia se muestra muy amena, como siempre, eclipsando bastante al pobre Sean, que básicamente se limita a permanecer callado, como yo. La abuela de Christian es la más locuaz. También tiene un sentido del humor mordaz, normalmente a costa de su marido. Empiezo a sentir un poco de lástima por el señor Trevelyan. Christian y Lance charlan animadamente sobre un dispositivo que la empresa de Christian está desarrollando, inspirado en el principio de E. F. Schumacher de «Lo pequeño es hermoso». Es difícil seguir lo que dicen. Por lo visto Christian pretende impulsar el desarrollo de las comunidades más pobres del planeta por medio de la tecnología eólica: mediante dispositivos que no necesitan electricidad, ni pilas, y cuyo mantenimiento es mínimo. Verle tan implicado es algo fascinante. Está apasionadamente