Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 108
Sonríe.
—Oh, sí, señorita Steele, otra vez.
***
Qué forma tan deliciosa de pasar una tarde de sábado. Estoy bajo la ducha,
lavándome distraídamente, con cuidado de no mojarme el pelo recogido y pensando en
las dos últimas horas. Parece que Christian y la vainilla se llevan bien.
Hoy ha revelado mucho de sí mismo. Tengo que hacer un gran esfuerzo para
intentar asimilar toda la información y reflexionar sobre lo que he aprendido: la
cantidad de dinero que gana —vaya, es obscenamente rico, algo sencillamente
extraordinario en alguien tan joven— y los dossieres que tiene sobre mí y todas sus
morenas sumisas. Me pregunto si estarán todos en ese archivador.
Mi subconsciente me mira con gesto torvo y menea la cabeza: Ni se te
ocurra. Frunzo el ceño. ¿Solo un pequeño vistazo?
Y luego está Leila: posiblemente armada por ahí, en alguna parte… amén
de su lamentable gusto musical, todavía presente en el iPod de Christian. Y algo aún
peor: la pedófila señora Robinson: es algo que no me cabe en la cabeza, y tampoco
quiero. No quiero que ella sea un fantasma de resplandeciente cabellera dentro de
nuestra relación. Él tiene razón y me subo por las paredes cuando pienso en ella, así
que quizá lo mejor sea no hacerlo.
Salgo de la ducha y me seco, y de pronto me invade una angustia
inesperada.
Pero ¿quién no se subiría por las paredes? ¿Qué persona normal, cuerda, le
haría eso a un chico de quince años? ¿Cuánto ha contribuido ella a su devastación? No
puedo entender a esa mujer. Y lo que es peor: según él, ella le ha ayudado. ¿Cómo?
Pienso en sus cicatrices, esa desgarradora manifestación física de una
infancia terrorífica y un recordatorio espantoso de las cicatrices mentales que debe de
tener. Mi dulce y triste Cincuenta Sombras. Ha dicho cosas tan cariñosas hoy… Está
loco por mí.
Me miro al espejo. Sonrío al recordar sus palabras, mi corazón rebosa de
nuevo, y mi cara se transforma con una sonrisa bobalicona. Quizá conseguiremos que
esto funcione. Pero ¿cuánto más estará dispuesto a hacerlo sin querer golpearme
porque he rebasado alguna línea arbitraria?
Mi sonrisa se desvanece. Esto es lo que no sé. Esta es la sombra que pende
sobre nosotros. Sexo pervertido sí, eso puedo hacerlo, pero ¿qué más?
Mi subconsciente me mira de forma inexpresiva, y por una vez no me ofrece
consejos sabios y sardónicos. Vuelvo a mi habitación para vestirme.
Christian está en el piso de abajo arreglándose, haciendo no sé bien qué,
así que dispongo del dormitorio para mí sola. Aparte de todos los vestidos del
armario, los cajones están llenos de ropa interior nueva. Escojo un bustier negro
todavía con la etiqueta del precio: quinientos cuarenta dólares. Está ribeteado con una