Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 107
—Odio estos chismes. Estoy pensando en llamar a la doctora Greene para
que te ponga una inyección.
—¿Tú crees que la mejor ginecóloga de Seattle va a venir corriendo?
—Puedo ser muy persuasivo —murmura, mientras me recoge un mechón
detrás de la oreja—. Franco te ha cortado muy bien el pelo. Me encanta este escalado.
¿Qué?
—Deja de cambiar de tema.
Me coloca otra vez a horcajadas sobre él. Me apoyo en sus piernas
flexionadas, con los pies a ambos lados de sus caderas. Él se recuesta sobre los
brazos.
—Toca lo que quieras —dice muy serio.
Parece nervioso, pero intenta disimularlo.
Sin dejar de mirarle a los ojos, me inclino y paso el dedo por debajo de la
marca de pintalabios, sobre sus esculturales abdominales. Se estremece y paro.
—No es necesario —susurro.
—No, está bien. Es que tengo que… adaptarme. Hace mucho tiempo que no
me acaricia nadie —murmura.
—¿La señora Robinson? —digo sin pensar, y curiosamente consigo hacerlo
en un tono libre de amargura o rencor.
Él asiente; es evidente que se siente incómodo.
—No quiero hablar de ella. Nos amargaría el día.
—Yo no tengo ningún problema.
—Sí lo tienes, Ana. Te sulfuras cada vez que la menciono. Mi pasado es mi
pasado. Y eso es así. No puedo cambiarlo. Tengo suerte de que tú no tengas pasado,
porque si no fuera así me volvería loco.
Yo frunzo el ceño, pero no quiero discutir.
—¿Te volverías loco? ¿Más que ahora? —digo sonriendo, confiando en
aliviar la tensión.
Tuerce la boca.
—Loco por ti.
La felicidad inunda mi corazón.
—¿Debo telefonear al doctor Flynn?
—No creo que haga falta —dice secamente.
Se mueve otra vez y baja las piernas. Yo vuelvo a posar los dedos en su
vientre y dejo que deambulen sobre su piel. De nuevo se estremece.
—Me gusta tocarte.
Mis dedos bajan hasta su ombligo y al vello que nace ahí. Él separa los
labios y su respiración se altera, sus ojos se oscurecen y noto debajo de mí cómo crece
su erección. Por Dios… Segundo asalto.
—¿Otra vez? —musito.