Literatura BDSM Cincuenta sombras liberadas | Page 23

—Para —dice. Estoy de espaldas a él, mirando a la cama. Me rodea la cintura con el brazo, apretándome contra él, y me acaricia el cuello. Muy suavemente me cubre los pechos con las manos y juguetea con ellos mientras hace círculos sobre mis pezones con los pulgares hasta que logra que presionen y tensen la tela del corsé—. Mía —me susurra. —Tuya —jadeo yo. Abandona mis pechos y recorre con las manos mi estómago, mi vientre y después sigue bajando por los muslos y pasa casi rozándome el sexo. Ahogo un gemido. Mete los dedos por debajo de las tiras del liguero y, con su destreza habitual, suelta las dos medias a la vez. Ahora sus manos se dirigen a mi culo. —Mía —repite con las manos extendidas sobre mis nalgas y las puntas de los dedos rozándome el sexo. —Ah. —Chis. —Las manos descienden por la parte posterior de mis muslos y sueltan las presillas del liguero. Se inclina y aparta la colcha de la cama. —Siéntate. Lo hago totalmente hipnotizada por sus palabras. Christian se arrodilla a mis pies y me quita con suavidad los zapatos de novia de Jimmy Choo. Agarra la parte superior de mi media izquierda y la va deslizando por mi pierna lentamente, recorriendo la piel con el pulgar. Repite el proceso con la otra media. —Esto es como desenvolver los regalos de Navidad. —Me sonríe y me mira a través de sus largas pestañas oscuras. —Un regalo que ya tenías… Frunce el ceño contrariado. —Oh no, nena. Ahora eres mía de verdad. —Christian, he sido tuya desde que te dije que sí. —Me inclino hacia él y le rodeo con las manos esa cara que tanto amo—. Soy tuya. Siempre seré tuya, esposo mío. Pero ahora mismo creo que llevas demasiada ropa. —Me agacho todavía más para besarlo y él viene a mi encuentro, me besa en los labios y me coge la cabeza mientras enreda los dedos en mi pelo. —Ana —jadea—. Mi Ana. —Sus exigentes labios se unen con los míos una vez más. Su lengua es invasivamente persuasiva. —La ropa —susurro. Nuestras respiraciones se mezclan mientras tiro del chaleco. A él le cuesta quitárselo, así que tiene que liberarme un momento. Se detiene y me mira con los ojos muy abiertos, llenos de deseo. —Déjame, por favor. —Mi voz suena suave y sensual. Quiero desnudar a mi marido, a mi Cincuenta. Se sienta sobre los talones y yo me acerco para cogerle la corbata (la corbata gris plateada, mi favorita), suelto el nudo lentamente y se la quito. Levanta la barbilla para dejarme desabrochar el botón superior de la camisa blanca. Cuando lo consigo, paso a los gemelos. Lleva unos gemelos de platino grabados con una A y una C entrelazadas: mi regalo de boda. Cuando se los quito, me los coge de la mano y cierra la suya sobre ellos. Le da un beso a esa mano y después se los guarda en el bolsillo de los p antalones. —Qué romántico, señor Grey. —Para usted, señora Grey, solo corazones y flores. Siempre. Le cojo la mano y le miro a través de las pestañas mientras le doy un beso a su sencilla alianza de platino.