Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 453

asomo de irritación o de enfado. ¿Conmigo? Seguramente no. Ignoro la expresión de su rostro y, armándome de valor, me siento a su lado en la banqueta del piano y apoyo la cabeza en su hombro desnudo para observar cómo sus dedos ágiles y diestros acarician las teclas. Hace una pausa apenas perceptible y prosigue hasta el final de la pieza. —¿Qué era lo que tocabas? —Chopin. Op. 28. Preludio n.º 4 en mi menor, por si te interesa —murmura. —Siempre me interesa lo que tú haces. Se vuelve y me da un beso en el pelo. —Siento haberte despertado. —No has sido tú. Toca la otra. —¿La otra? —La pieza de Bach que tocaste la primera noche que me quedé aquí. —Ah, la de Marcello. Empieza a tocar lenta, pausadamente. Noto el movimiento de sus manos en el hombro en el que me apoyo, y cierro los ojos. Las notas tristes y conmovedoras nos envuelven poco a poco y resuenan en las paredes. Es una pieza de asombrosa belleza, más triste aún que la de Chopin; me dejo llevar por la hermosura del lamento. En cierta medida, refleja cómo me siento. El hondo y punzante anhelo que siento de conocer mejor a este hombre extraordinario, de intentar comprender su tristeza. La pieza termina demasiado pronto. —¿Por qué solo tocas música triste? Me incorporo en el asiento y lo veo encogerse de hombros, receloso, en respuesta a mi pregunta. —¿Así que solo tenías seis años cuando empezaste a tocar? —inquiero. Asiente con la cabeza, aún más receloso. Al poco, añade: —Aprendí a tocar para complacer a mi nueva madre. —¿Para encajar en la familia perfecta? —Sí, algo así —contesta evasivo—. ¿Por qué estás despierta? ¿No necesitas recuperarte de los excesos de ayer? —Para mí son las ocho de la mañana. Además, tengo que tomarme la píldora.