Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 437

—Mantenme informado —espeta y cuelga mientras avanza con paso decidido hacia mí. Espero paralizada a que cubra la distancia que nos separa, devorándome con la mirada. Madre mía, algo ocurre… la tensión de su mandíbula, la angustia de sus ojos. Se quita la americana, la corbata y, por el camino, las cuelga del sofá. Luego me envuelve con sus brazos y me estrecha contra su cuerpo, con fuerza, rápido, agarrándome de la coleta para levantarme la cabeza, y me besa como si le fuera la vida en ello. ¿Qué diablos pasa? Me quita con violencia la goma del pelo, pero me da igual. Su forma de besarme me resulta primaria, desesperada. Por lo que sea, en este momento me necesita, y yo jamás me he sentido tan deseada. Resulta oscuro, sensual, alarmante, todo a la vez. Le devuelvo el beso con idéntico fervor, hundiendo los dedos en su pelo, retorciéndoselo. Nuestras lenguas se entrelazan, la pasión y el ardor estallan entre los dos. Sabe divino, ardiente, sexy, y su aroma —todo gel de baño y Christian— me excita muchísimo. Aparta su boca de la mía y se me queda mirando, presa de una emoción inefable. —¿Qué pasa? —le digo. —Me alegro mucho de que hayas vuelto. Dúchate conmigo. Ahora. No tengo claro si me lo pide o me lo ordena. —Sí —susurro y, cogiéndome de la mano, me saca del salón y me lleva a su dormitorio, al baño. Una vez allí, me suelta y abre el grifo de la ducha superespaciosa. Se vuelve despacio y me mira, excitado. —Me gusta tu falda. Es muy corta —dice con voz grave—. Tienes unas piernas preciosas. Se quita los zapatos y se agacha para quitarse también los calcetines, sin apartar la vista de mí. Su mirada voraz me deja muda. Uau, que te desee tanto este dios griego… Lo imito y me quito las bailarinas negras. De pronto, me coge y me empuja contra la pared. Me besa, la cara, el cuello, los labios… me agarra del pelo. Siento los azulejos fríos y suaves en la espalda cuando se arrima tanto a mí que me deja emparedada entre su calor y la fría porcelana. Tímidamente, me aferro a sus brazos y él gruñe cuando aprieto con fuerza. —Quiero hacértelo ya. Aquí, rápido, duro —dice, y me planta las manos en los muslos y me sube la falda—. ¿Aún estás con la regla? —No —contesto ruborizándome. —Bien.