Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 392
mirándome.
—Eh… ayer —mascullo, excitadísima.
—Bien.
Me suelta y me da la vuelta.
—Agárrate al lavabo —me ordena y vuelve a echarme hacia atrás las caderas,
como hizo en el cuarto de juegos, de forma que estoy doblada.
Me pasa la mano entre las piernas y tira del cordón azul. ¿Qué? Me quita el
tampón con cuidado y lo tira al váter, que tiene cerca. Dios mío. La madre del… Y
de golpe me penetra… ¡ah! Piel con piel, moviéndose despacio al principio,
suavemente, probándome, empujando… madre mía. Me agarro con fuerza al
lavabo, jadeando, pegándome a él, sintiéndolo dentro de mí. Oh, esa dulce
agonía… sus manos ancladas a mis caderas. Imprime un ritmo castigador, dentro,
fuera, luego me pasa la mano por delante, al clítoris, y me lo masajea… oh, Dios.
Noto que me acelero.
—Muy bien, nena —dice con voz ronca mientras empuja con vehemencia,
ladeando las caderas, y eso basta para catapultarme a lo más alto.
Uau… y me corro escandalosamente, aferrada al lavabo mientras me dejo
arrastrar por el orgasmo, y todo se revuelve y se tensa a la vez. Él me sigue,
agarrándome con fuerza, pegándose a mi cuerpo cuando llega al clímax,
pronunciando mi nombre como si fuera un ensalmo o una invocación.
—¡Oh, Ana! —me jadea al oído, su respiración entrecortada en perfecta sinergia
con la mía—. Oh, nena, ¿alguna vez me saciaré de ti? —susurra.
Nos dejamos caer despacio al suelo y él me envuelve con sus brazos,
apresándome. ¿Será siempre así? Tan incontenible, devorador, desconcertante,
seductor. Yo quería hablar, pero hacer el amor con él me agota y me aturde, y
también yo me pregunto si algún día llegaré a saciarme de él.
Me acurruco en su regazo, con la cabeza pegada a su pecho, mientras nos
serenamos. Con disimulo, inhalo su aroma a Christian, dulce y embriagador. No
debo acariciarlo. No debo acariciarlo. Repito mentalmente el mantra, aunque me
siento tentada de hacerlo. Quiero alzar la mano y trazar figuras en su pecho con las
yemas de los dedos, pero me contengo, porque sé que le fastidiaría que lo hiciera.
Guardamos silencio los dos, absortos en nuestros pensamientos. Yo estoy absorta
en él, entregada a él.
De repente, me acuerdo de que tengo la regla.
—Estoy manchando —murmuro.