Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 365
contenta de que hayas accedido a intentar darme más. Solo me falta decidir lo que
entiendo por «más», y esa es una de las razones por las que quería distanciarme un
poco. Me deslumbras de tal modo que me cuesta pensar con claridad cuando
estamos juntos.Nos llaman para embarcar. Tengo que irme.Luego más.
Tu Ana
Le doy a la tecla de envío y me dirijo medio adormilada a la puerta de embarque
para subirme a otro avión. Este solo tiene seis asientos en primera y, en cuanto
despegamos, me acurruco bajo mi suave manta y me quedo dormida.
Tras un sueño demasiado corto me despierta la azafata con más zumo de
naranja, ya que iniciamos la aproximación al Savannah International. Sorbo
despacio, exhausta, y me permito sentir un poco de emoción. Voy a ver a mi madre
después de seis meses. Mirando de reojo la BlackBerry, recuerdo que le he enviado
un largo y farragoso correo a Christian, pero no hay respuesta. Son las cinco de la
madrugada en Seattle; con un poco de suerte, aún estará dormido y no
interpretando alguna pieza lúgubre al piano.
Lo bueno de las mochilas de cabina es que una puede salir volando del aeropuerto
sin tener que esperar una eternidad junto a las cintas de equipaje. Lo bueno de
viajar en primera es que te dejan bajar del avión antes que a nadie.
Mi madre me espera con Bob, y estoy encantada de verlos. No sé si es por el
agotamiento, por el largo viaje o por toda la situación con Christian, pero en
cuanto estoy en los brazos de mi madre me echo a llorar.
—Ay, Ana, cielo. Debes de estar muy cansada.
Mira inquieta a Bob.
—No, mamá, es que… me alegro mucho de verte.
La abrazo con fuerza.
Me hace sentir tan bien, tan protegida, como en casa. La suelto a regañadientes y
Bob me da un incómodo abrazo con un solo brazo. No parece tenerse bien en pie, y
entonces recuerdo que se ha hecho daño en una pierna.
—Bienvenida a casa, Ana. ¿Por qué lloras? —pregunta.
—Oh, Bob, también me alegro de verte a ti.
Contemplo su apuesto rostro de mandíbula cuadrada y sus chispeantes ojos
azules que me miran con cariño. Me gusta este marido, mamá. Te lo puedes
quedar. Me coge la mochila.
—Por Dios, Ana, ¿qué llevas aquí?