Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 335
Medusa: el pelo ondeante, las manos aferrándose la cara como en El grito de
Edvard Munch. La ignoro, pero se niega a volver a su caja. Estás haciendo que se
enfade; piensa en todo lo que ha dicho, hasta dónde ha cedido. Miro ceñuda mi
reflejo. Necesito poder ser cariñosa con él, entonces quizá él me corresponda.
Niego con la cabeza, resignada, y cojo el cepillo de dientes de Christian. Mi
subconsciente tiene razón, claro. Lo estoy agobiando. Él no está preparado y yo
tampoco. Hacemos equilibrios sobre el delicado balancín de nuestro extraño
acuerdo, cada uno en un extremo, vacilando, y el balancín se inclina y se mece
entre los dos. Ambos necesitamos acercarnos más al centro. Solo espero que
ninguno de los dos se caiga al intentarlo. Todo esto va muy rápido. Quizá necesite
un poco de distancia. Georgia cada vez me atrae más. Cuando estoy empezando a
lavarme los dientes, llama a la puerta.
—Pasa —espurreo con la boca llena de pasta.
Christian aparece en el umbral de la puerta con ese pantalón de pijama que se le
desliza por las caderas y que hace que todas las células de mi organismo se pongan
en estado de alerta. Lleva el torso descubierto y me embebo como si estuviera
muerta de sed y él fuera agua clara de un arroyo de montaña. Me mira impasible,
luego sonríe satisfecho y se sitúa a mi lado. Nuestros ojos se encuentran en el
espejo, gris y azul. Termino con su cepillo de dientes, lo enjuago y se lo doy, sin
dejar de mirarlo. Sin mediar palabra, coge el cepillo y se lo mete en la boca. Le
sonrío yo también y, de repente, me mira con un brillo risueño en los ojos.
—Si quieres, puedes usar mi cepillo de dientes —me dice en un dulce tono
jocoso.
—Gracias, señor —sonrío con ternura y salgo al dormitorio.
A los pocos minutos viene él.
—Que sepas que no es así como tenía previsto que fuera esta noche —masculla
malhumorado.
—Imagina que yo te dijera que no puedes tocarme.
Se mete en la cama y se sienta con las piernas cruzadas.
—Anastasia, ya te lo he dicho. De cincuenta mil formas. Tuve un comienzo duro
en la vida; no hace falta que te llene la cabeza con toda esa mierda. ¿Para qué?
—Porque quiero conocerte mejor.
—Ya me conoces bastante bien.
—¿Cómo puedes decir eso?