Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 308
ha hecho a propósito. Quiere que pase vergüenza teniendo que pedirle que me
devuelva las bragas, y poder decirme que sí o que no. La diosa que llevo dentro me
sonríe. Dios… yo también puedo jugar a ese juego. Decido en ese mismo instante
que no se las voy a pedir, que no voy a darle esa satisfacción; iré a conocer a sus
padres sans culottes. ¡Anastasia Steele!, me reprende mi subconsciente, pero no le
hago ni caso; casi me abrazo de alegría porque sé que eso la va a desquiciar.
De nuevo en el dormitorio, me pongo el sujetador, me pongo el vestido y me
encaramo en mis zapatos. Me deshago la trenza y me cepillo el pelo rápidamente,
luego le echo un vistazo a la bebida que me ha traído. Es de color rosa pálido. ¿Qué
será? Zumo de arándanos con gaseosa. Mmm… está deliciosa y sacia mi sed.
Vuelvo corriendo al baño y me miro en el espejo: ojos brillantes, mejillas
ligeramente sonrosadas, sonrisa algo pícara por mi plan de las bragas. Me dirijo
abajo. Quince minutos. No está nada mal, Ana.
Christian está de pie delante del ventanal, vestido con esos pantalones de
franela gris que me encantan, esos que le caen de una forma tan increíblemente
sexy, y, por supuesto, una camisa de lino blanco. ¿No tiene nada de otros colores?
Frank Sinatra canta suavemente por los altavoces del sistema sonido surround.
Se vuelve y me sonríe cuando entro. Me mira expectante.
—Hola —digo en voz baja, y mi sonrisa de esfinge se encuentra con la suya.
—Hola —contesta—. ¿Cómo te encuentras?
Le brillan los ojos de regocijo.
—Bien, gracias. ¿Y tú?
—Fenomenal, señorita Steele.
Es obvio que espera que le diga algo.
—Frank. Jamás te habría tomado por fan de Sinatra.
Me mira arqueando las cejas, pensativo.
—Soy ecléctico, señorita Steele —musita, y se acerca a mí como una pantera
hasta que lo tengo delante, con una mirada tan intensa que me deja sin aliento.
Frank empieza de nuevo a cantar… un tema antiguo, uno de los favoritos de
Ray: «Witchcraft». Christian pasea despacio las yemas de los dedos por mi mejilla,
y la sensación me recorre el cuerpo entero hasta llegar ahí abajo.
—Baila conmigo —susurra con voz ronca.
Se saca el mando del bolsillo, sube el volumen y me tiende la mano, sus ojos
grises prometedores, apasionados, risueños. Resulta absolutamente cautivador, y