Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 26
El sábado es una pesadilla en la ferretería. Nos invaden los manitas que quieren
acicalar su casa. El señor y la señora Clayton, John, Patrick —los otros dos
empleados— y yo nos pasamos la jornada atendiendo a los clientes. Pero al
mediodía se calma un poco, y mientras estoy sentada detrás del mostrador de la
caja, comiéndome discretamente el bocadillo, la señora Clayton me pide que
compruebe unos pedidos. Me concentro en la tarea, compruebo que los números
de catálogo de los artículos que necesitamos se corresponden con los que hemos
encargado y paso la mirada del libro de pedidos a la pantalla del ordenador, y
viceversa, para asegurarme de que las entradas cuadran. De repente, no sé por qué,
alzo la vista… y me quedo atrapada en la descarada mirada gris de Christian Grey,
que me observa fijamente desde el otro lado del mostrador.
Casi me da un infarto.
—Señorita Steele, qué agradable sorpresa —me dice. Su mirada es firme e
intensa.
Maldita sea. ¿Qué narices está haciendo aquí, todo despeinado y vestido con ese
jersey grueso de lana de color crema, vaqueros y botas? Creo que me he quedado
boquiabierta, y no encuentro ni el cerebro ni la voz.
—Señor Grey —murmuro, porque no puedo hacer otra cosa.
Sus labios esbozan una sonrisa y sus ojos parecen divertidos, como si estuviera
disfrutando de alguna broma de la que no me entero.
—Pasaba por aquí —me dice a modo de explicación—. Necesito algunas cosas.
Es un placer volver a verla, señorita Steele.
Su voz es cálida y ronca como un bombón de chocolate y caramelo… o algo así.
Muevo la cabeza intentando bajar de las nubes. El corazón me aporrea el pecho
a un ritmo frenético, y por alguna razón me arden las mejillas ante su firme mirada
escrutadora. Verlo delante de mí me ha dejado totalmente desconcertada. Mis
recuerdos de él no le han hecho justicia. No es solo guapo, no. Es la belleza
masculina personificada, arrebatador, y está aquí, en la ferretería Clayton’s. Quién
lo iba a decir. Recupero por fin mis funciones cognitivas y vuelvo a conectar con el
resto de mi cuerpo.
—Ana. Me llamo Ana —murmuro—. ¿En qué puedo ayudarle, señor Grey?
Sonríe, y de nuevo es como si tuviera conocimiento de algún gran secreto. Es
muy desconcertante. Respiro hondo y pongo mi cara de llevar cuatro años
trabajando en la tienda y ser una profesional. Yo puedo.
—Necesito un par de cosas. Para empezar, bridas para cables —murmura con