Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 247
—Date la vuelta —susurra—. Quiero quitarte el vestido.
Otro cambio brusco de humor; me cuesta seguirlo. Obediente, me vuelvo y el
corazón se me alborota; el deseo reemplaza de inmediato a la inquietud, me
recorre la sangre y se instala, oscuro e intenso, en mi vientre. Me recoge el pelo de
la espalda de forma que me cuelga por el hombro derecho, enroscándose en mi
pecho. Me pone el dedo índice en la nuca y lo arrastra dolorosamente por mi
columna vertebral. Su uña me araña la piel.
—Me gusta este vestido —murmura—. Me gusta ver tu piel inmaculada.
Acerca el dedo al borde de mi vestido, a mitad de la espalda, lo engancha y tira
de él para arrimarme a su cuerpo. Inclinándose, me huele el pelo.
—Qué bien hueles, Anastasia. Muy agradable.
Me roza la oreja con la nariz, desciende por mi cuello y va regándome el hombro
de besos tiernos, suavísimos.
Se altera mi respiración, se vuelve menos honda, precipitada, llena de
expectación. Tengo sus dedos en la cremallera. La baja, terriblemente despacio,
mientras sus labios se deslizan, lamiendo, besando, succionando hasta el otro
hombro. Esto se le da seductoramente bien. Mi cuerpo vibra y empiezo a
estremecerme lánguidamente bajo sus caricias.
—Vas… a… tener… que… a…prender… a estarte… quieta —me susurra,
besándome la nuca entre cada palabra.
Tira del cierre del cuello y el vestido cae y se arremolina a mis pies.
—Sin sujetador, señorita Steele. Me gusta.
Alarga las manos y me coge los pechos, y los pezones se yerguen bajo su tacto.
—Levanta los brazos y cógete a mi cabeza —me susurra al cuello.
Obedezco de inmediato y mis pechos se elevan y se acomodan en sus manos; los
pezones se me endurecen aún más. Hundo los dedos en su cabeza y, con mucha
delicadeza, le tiro del suave y sexy pelo. Ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a
mi cuello.
—Mmm… —me ronronea detrás de la oreja mientras empieza a pellizcarme los
pezones con sus dedos largos, imitando los movimientos de mis manos en su pelo.
Percibo la sensación con nitidez en la entrepierna, y gimo.
—¿Quieres que te haga correrte así? —me susurra.
Arqueo la espalda para acomodar mis pechos a sus manos expertas.