Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 190
de juegos.
Le abro la puerta y me miro las manos. Es la primera vez que me traigo un chico
a mi casa, y creo que ha estado genial. Pero ahora me siento como un recipiente,
como un vaso vacío que se llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza.
Querías correr al Heathman en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los
brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo.
Christian se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a
mirarlo. Arruga la frente.
—¿Estás bien? —me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.
—Sí —le contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.
Siento un cambio de paradigma. Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no
le interesa o no quiere ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El
ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por
él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.
—Nos vemos el miércoles —me dice.
Se inclina y me besa con ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia.
Sus labios me presionan imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta
un lado de la cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera.
Se inclina hacia mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero
deslizar las manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría. Pega
su frente a la mía con los ojos cerrados.
—Anastasia —susurra con voz quebrada—, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Lo mismo podría decirte yo —le susurro a mi vez.
Respira hondo, me besa en la frente y se marcha. Avanza con paso decidido
hacia el coche pasándose la mano por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la
mirada y me lanza una sonrisa arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo
una leve sonrisa y vuelvo a pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la
puerta de la calle mientras se mete en su coche deportivo. Siento una irresistible
necesidad de llorar. Una triste y solitaria melancolía me oprime el corazón. Vuelvo
a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella intentando racionalizar mis
sentimientos, pero no puedo. Me dejo caer al suelo, me cubro la cara con las manos
y empiezan a saltárseme las lágrimas.
Kate llama a la puerta suavemente.
—¿Ana? —susurra.
Abro la puerta. Me mira y me abraza.